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Juan Carlos Girauta

Un juez al servicio de sí mismo

Hay una fotografía de El País, dentro de un larguísimo reportaje laudatorio de la época en que fue número dos de Mister X, que es el vivo retrato de la autocomplacencia. Está enamorado de sí mismo.

Entre la organización terrorista Batasuna y el reanimado vestigio histórico ANV existen tantas relaciones operativas que el juez Garzón no ha podido eludirlas mientras las negaba. Serán las prisas; el auto acata sospechosamente (implicando al Estado) los plazos de la ETA. Las relaciones que no existen trufan sus argumentos y fundan la decisión de encarcelar a un Gorka Murillo.

Criticar a los jueces es cosa delicada. Son hombres obligados a encarnar valores y funciones que a menudo les superan. Pero hay jueces y jueces. Los hay que, aunque yerren a veces, calladamente se aplican a su trabajo en la estricta observancia de la ley. Los hay que confunden el papel para el que la sociedad los ha designado y desvirtúan las normas forzando interpretaciones contrarias a su sentido, lo que constituye una perversión en toda regla; si deseaban legislar debieron escoger otro camino, un camino que pasa por las urnas. Los hay, por fin, que, sin renunciar a lo anterior, ponen su cargo al servicio de una agenda, administrando el sentido de sus resoluciones de acuerdo con cambiantes coyunturas, intereses, estrategias, siempre con la vista puesta en su promoción personal.

El ejemplo más vistoso es el del juez que hostiga a un presidente de gobierno para escoltarle acto seguido en una lista electoral. El objetivo: acceder a un ministerio. De momento. Es decir, que usa el poder judicial para tomar carrera, rebota en el trampolín del poder legislativo y, desde allí, piensa darse un chapuzón glorioso en el poder ejecutivo. Si la operación sale mal y el agua le es esquiva, puede parar el golpe pues salta con red: el juez vuelve a la Audiencia y punto (seguido). Estas cosas deberían estar prohibidas.

No sólo ansía los tres poderes del Estado. También busca el agasajo del cuarto poder, la presencia mediática continuada como alimento de una vanidad inconmensurable. Hay una fotografía de El País, dentro de un larguísimo reportaje laudatorio de la época en que fue número dos de Mister X, que es el vivo retrato de la autocomplacencia. Está enamorado de sí mismo. Ese puño aguantando el mentón, esa pose que provoca vergüenza ajena. Ahí se entiende todo.

Da mítines donde lanza proclamas incendiarias. Quiere meter en la cárcel a todos los presidentes de gobierno: ayer era González, hoy Aznar, mañana será  Rodríguez. Se presenta como cineasta, como autor literario, como conferenciante, como protagonista de libros delirantes. Es el primero en llegar a las estaciones devastadas del 11-M, vaya usted a saber por qué. Lo quiere todo. No está mal para un simple juez incapaz de instruir un sumario a derechas.

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