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Eudoro Galindo Anze

Repudio de la hija predilecta

Para sostenerse en el poder, el gobernante, a nombre del Estado, se atribuye todo género de facultades que conducen ineludiblemente a la centralización del poder y la tiranía.

La Asamblea Constituyente de 1825 reunida en la ciudad de Chuquisaca, Alto Perú, encomendó al Libertador Simón Bolívar la redacción de la Constitución de la nueva república en su calidad de Padre de la Patria. Cuando el Libertador culminó tan magna misión, llamó a Bolivia su hija predilecta.

Hoy, dos siglos más tarde, a medida que se acerca el final de una nueva Asamblea Constituyente que supuestamente aprobará otra constitución en Bolivia, es evidente que la mayoría circunstancial pretende repudiar la redactada por el Libertador para su hija predilecta.

Así lo demuestra el proceder esquizofrénico de activistas, quienes hacen uso de la democracia representativa para destruirla. Eso está ocurriendo tanto en la Venezuela de Chávez como en la Bolivia de Evo Morales y amenaza repetirse con las reformas propuestas por Rafael Correa en el Ecuador.

En el marco de otras incongruencias, los reformistas radicales bolivianos olvidan que la constitución que han decidido abolir a nombre de la Revolución Bolivariana fue redactada por el Libertador Simón Bolívar. Jamás antes los demagogos lograron usurpar su nombre tan exitosamente, encandilando a los ignorantes, seduciendo a los ingenuos y sorprendiendo a los desprevenidos.

Bolívar entendía que existen dos modelos de organización estatal: aquel que establece el principio de defensa de los derechos y la libertad de las personas o el que domina totalmente la actividad ciudadana, en nombre de la colectividad.

El Libertador –opuesto al despotismo ilustrado de la monarquía absolutista– advirtió que ningún fin puede ser impuesto por un Estado civilizado sobre el individuo, si no respeta su sentido de vida según los principios fundamentales de la libertad y el derecho. En consecuencia, la visión bolivariana reconoce la libertad interior del hombre. Presupone que cada individuo busca asegurar su bienestar y felicidad, por lo que la armazón constitucional asigna valores de conducta con relación a las categorías del bien y el mal, es decir a la moral, como el mecanismo correcto para definir los problemas del destino humano. Al admitir el libre albedrío y la trascendencia del espíritu, el Estado debe ocuparse de las condiciones que permitan al individuo la posibilidad de acceder a oficios para vivir útilmente en familia y en su comunidad, donde la libertad y el derecho de uno terminan donde comienzan los del vecino. Por lo tanto, el pensamiento constitucional de Bolívar se limita a otorgar al Estado la misión de garantizar la libertad, seguridad y justicia, en bienestar de todos.

En contraposición, quienes han hurtado el nombre de Bolívar pretenden imponer sus dogmas e intereses mediante el ardid que llaman “Revolución Bolivariana”. Su visión totalitaria aglomera elementos heterogéneos consolidados bajo un mando único, para obligar a todos a su sometimiento ante un jefe supremo, carente de moral. Para sostenerse en el poder, el gobernante, a nombre del Estado, se atribuye todo género de facultades que conducen ineludiblemente a la centralización del poder y la tiranía. El siglo pasado adoptaron ese modelo naciones como la Alemania de Hitler, quien pregonó la supremacía de la raza aria; la Unión Soviética de Stalin, que desencadenó el terror absoluto; la China de Mao, que exterminó a unos 65 millones de personas; los sangrientos movimientos de “liberación” castrista y los Campos de la Muerte en Camboya que horrorizaron al mundo.

Así, el balance histórico demuestra que los pueblos que se organizaron y funcionaron sobre los valores de libertad y derecho surgieron como naciones exitosas, mientras que aquellos que sucumbieron ante el totalitarismo se hundieron en abismos de miseria, violencia y desesperanza.

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