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José Vilas Nogueira

Los partidos contra la nación

Aparentemente, tenemos poder ejecutivo, tenemos poder legislativo, tenemos poder judicial, tenemos ciudadanos, etc. Pero es sólo apariencia. En realidad, sólo tenemos partidos políticos.

Pocas farsas hay tan grotescas como la demagogia española actual, sedicente democracia. Pocas comedias han concitado tanto esfuerzo interesado de publicidad legitimadora. Pocos públicos se han entregado tan rendidamente a tal ruin superchería. Veamos.

El escenario es democrático. Pero, como acontece en el teatro "burgués", el propio escenario es una ilusión ad hoc, una precaria y artificial construcción que pretende "representar" escenarios reales, por medio de elemental ensamblaje de tablas y cartón piedra. Los "edificios" son simuladas fachadas vacías, las "ventanas" son ciegas de nacimiento; las "puertas" no son practicables, salvo que alguna sirva de mutis para los actores.

En las versiones genuinas de la comedia democrática el elenco de personajes es muy rico y variado. Comparecen en ellas, el poder ejecutivo, a veces desdoblado en un presidente y un primer ministro; el poder legislativo, por lo general también desdoblado entre graves senadores y conspicuos diputados o representantes, todos ellos esforzados valedores de los intereses patrios; el poder judicial, cuyas severas togas aseguran el imperio de la ley. Incluso, en algunos casos, un monarca, con su majestad, supervivencia de tiempos heroicos, asegura la función de moderación de eventuales conflictos entre aquellos poderes. Y junto a ellos, otros muchos personajes, inquietos y curiosos, prestan especial color a la función: ciudadanos, agrupados según afinidades de ideas o intereses en partidos políticos, sindicatos, iglesias y mil y una organizaciones más; ciudadanos, creando opinión pública a través de los medios de comunicación, etc.

Pero en la desventurada versión española esta variedad ha desaparecido. Aparentemente, tenemos poder ejecutivo, tenemos poder legislativo, tenemos poder judicial, tenemos ciudadanos, etc. Pero es sólo apariencia. En realidad, sólo tenemos partidos políticos. Los actores que los representan (como en una compañía de cómicos pobres) hacen también el papel de los otros personajes. Teatro dentro del teatro.

Pero nada es gratuito. La superchería partidista, tampoco. Nuestros partidos políticos ni son partidos ni son políticos, en el sentido conocido del término. Son sindicatos de caballeros de industria o, si lo prefieren más brutalmente, corporaciones mafiosas. El líder partidista es el "Don", en la cumbre de una estructura piramidal, convenientemente estratificada, con su particular ley y código de honor, absolutamente divergentes de las oficiales del Estado. Como todas las organizaciones mafiosas nos venden "protección"... Y como no se la compres, ya sabes la que te espera.

Quizá exagero algo, pero no mucho, porque nuestras mafias políticas son menos recatadas que las que tan magistralmente retrató Francis Ford Coppola. Fíjense ustedes en la última muestra del poder de nuestros "padrinos". Zapatero "nombró", ya antes de las elecciones, al presidente del Congreso y después al portavoz del Grupo Parlamentario socialista. También Rajoy "nombró" a la portavoz del Grupo Parlamentario Popular. ¿Es que uno y otro no tenían suficiente influencia en los respectivos órganos para imponer a sus candidatos? Sí que la tenían, pero la cuestión no era esa. Se trataba, se trata, de evidenciar la superioridad de la ley del partido sobre la ley del Estado; del aparato del partido sobre la Nación.

En España

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