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Juan Carlos Girauta

Carod reaparece con todas sus disonancias

¿Por qué ha quedado entonces la sensación de que la controvertida excursión a Pepiñán fue aplaudida en Cataluña?

Los no catalanes se resistirán a creerlo, pero les aseguro que Carod andaba desaparecido en esta tierra sometida que él va a liberar. Nunca se ha visto y oído menos a un vicepresidente de Gobierno. Tan sonoro silencio creaba un vacío muy difícil de llenar, pues uno se acostumbra al enemigo. Sobre todo cuando éste se empeña en caricaturizarse y en ir doblando la apuesta de su frivolidad.

Al principio de tocar poder, al alba del primer tripartito, parecía peligroso. Ah,  todos aquellos parvenus tomando los palacios de invierno y verano del pujolismo, subiéndose a los audis, haciéndose al chófer y a la cubertería de plata. Un espectáculo que los convergentes todavía no han digerido, que se quiso presentar como culminación de una épica de subversiones demasiado incierta (pues el sistema a abatir era perfectamente democrático) y que, por alguna extraña razón, se percibía como una vuelta a la novela picaresca, tan española. En este choque entre la estética perseguida y la efectivamente captada por el público residía el meollo del problema, la razón última del fracaso de la Esquerra, hoy con menos de 300.000 votos.

Parecía peligroso Carod por la visita a los etarras con que quiso estrenar cargo. Se lo parecía a todo el mundo. Hagan memoria. A Maragall le sentó como un tiro la iniciativa. A la plana mayor de ERC le mosqueó porque se enteró por la prensa. A Rodríguez le puso tan nervioso que mantuvo con Maragall una encendida discusión telefónica. Los convergentes, recién destatados, aprovecharon para acusar a sus sucesores de aficionados sin sentido de Estado.

¿Por qué ha quedado entonces la sensación de que la controvertida excursión a Pepiñán fue aplaudida en Cataluña? Porque, gobernando el PP, a este partido le correspondía por responsabilidad y convicción expresar mayor indignación que nadie. Con el PP estaba prohibido coincidir y el suceso era susceptible de aprovechamiento. Se fabricaría una nueva ofensa a Cataluña, argucia siempre rentable. Carod sería la patria perseguida y acosada; Aznar, la temible España que había hecho algo oscuro. Este punto era difícil de armar; se optó por magnificar el seguimiento al jefe de ERC. Así, a pesar de los primeros reproches y de la destitución, la historia pudo venderse puertas adentro como un nuevo caso Dreyfus.

Venía todo esto a cuento de que el hombre ha reaparecido. Ya sabemos lo que estaba haciendo todos estos meses: escribir un libro. Los indicios apuntan a una nueva disonancia estética: el autor cree haber producido una obra de teoría política; yo he leído un extracto y me he reído hasta decir basta; El Mundo, en un rasgo de gran crueldad, dice que es ameno.

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