Ha sido recibido con gran alborozo el anuncio de Miguel Sebastián de prohibir a las operadoras anunciar conexiones de banda ancha si no se garantiza el 80% del caudal. Es normal hacerlo. A todos nos irrita comprobar que, de los chopocientos megabits por segundo de los que dispone teóricamente nuestra conexión, sólo alcanzamos una fracción en su uso real. Todos desearíamos, con mayor intensidad cuanto mayor sea nuestro uso de aplicaciones que hacen un gasto intensivo de ancho de banda, que nuestras conexiones se acercaran más a ese máximo teórico que aparece en las ofertas.
Sin embargo, el anuncio de Sebastián no va a tener ese efecto, por razones tanto económicas como técnicas. Las primeras son las más evidentes. Proveer de servicio de conexión tiene un coste, y mejorarlo para que ofrezca una garantía de la que ahora carece también ha de tenerlo. Lo que deseamos los usuarios, que somos unos listos, es disponer de mayor velocidad al mismo precio que ahora pagamos. Pero eso no es posible. Si realmente obligaran a que todas las conexiones de ADSL multiplicaran el caudal mínimo garantizado, lo que pagaríamos por ellas también se multiplicaría. De modo que las garantías del Ministerio de Industria servirían para que en los anuncios se mencionaran velocidades mucho menores a las actuales con, eso sí, "máximos de" 20, 6 o 3 megas. En definitiva, todo se limitaría a un cambio en la publicidad de las conexiones.
Pero es que, además, hay problemas técnicos que hacen muy difícil garantizar más que una mínima fracción del caudal. La raíz de los mismos reside en que nuestras conexiones son ADSL y funcionan bajo la antigua red telefónica. Quienes nos quejamos de sus defectos no nos damos del todo cuenta de la maravilla tecnológica que es el ADSL. Según las clases de Telemática que me daban a mí en la Facultad, utilizar el par de cobre con el que nos llega la línea a nuestras casas para dar servicio de banda ancha era literalmente imposible. Pero como el ingenio es hijo de la necesidad, ahora todos vemos vídeos de YouTube conectados mediante ADSL a nuestra centralita telefónica. Pero no nos equivoquemos. Aunque sea un prodigio, también es lo que en castellano viejo llamaríamos chapuza. Es estirar una infraestructura vieja para que cumpla funciones para las que no fue diseñada. Y eso tiene un par de consecuencias indeseables.
La primera es que cuanto más lejos esté la centralita, más lenta será la conexión. Eso impone unos límites máximos que no pueden superarse, porque ponerse a hacer más centralitas es pelín caro. La segunda, quizá no tan conocida, es que cuanto más vecinos tengan ADSL, peores serán las conexiones. La razón es que nuestros pares de cobre viajan hasta la centralita enrollados junto a los suyos en una especie de canuto bien gordo en el que los datos que viajan por unos cables producen interferencias en los de los vecinos. Si sólo nosotros tenemos ADSL, perfecto, porque la emisión de nuestro cable no afecta a nadie más. Pero según se vayan utilizando más cables para transmitir datos, más interferencias se producirán entre ellos.
Así las cosas, ¿qué ofertas pueden hacerse que garanticen el 80% del caudal? Pues ofertas muy malas. Otra cosa sería que empezase a desplegarse fibra óptica en el camino que va de la centralita al hogar. Pero eso es muy caro, y requiere de cierta seguridad jurídica que garantice a Telefónica o al operador PericoDeLosPalotes que esa infraestructura es suya y no va a tener que compartirla con otras empresas, acostumbradas a vivir del bote regulatorio. Garantizar eso sí sería tarea del Gobierno, tarea que veo difícil que cumpla. Se les da mejor dar órdenes a los demás, con el único objetivo de salir bien en los papeles.