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Juan Carlos Girauta

Carta al presidente Mago

Usted, pedazo de pan, no sabe decir no. Bien. Creo que hay una película a punto de estrenarse que se ocupa de un problema similar. Todos se aprovechan de usted, sin excepción, y encuentran las mejores excusas para hacerlo.

Querido presidente Mago:

No se asuste, no le voy a pedir nada. Sé que este año no me he portado muy bien, le he llamado Rodríguez hasta la saciedad, lo cual, sin ser insulto ni mentira, parece que le enoja según me cuenta Carlos Herrera. También he hecho chanza con sus ministras de la cuota, la narcolepsia de Solbes y la aversión a la verdad de Rubalcaba, que parece uno de esos griegos de los silogismos, que siempre mienten. No lo tome a mal; el columnismo tiene estas cosas. Uno se ve obligado a producir sin descanso, y lo cierto es que su equipete, presidente Mago, propicia mucha chirigota y da una de material que no te lo acabas. Tampoco he sido bueno al negarme a borrar de mi memoria su política, digamos, antiterrorista de la anterior legislatura. Reconozco lo desagradable que resulta echar algo al olvido (el pajarillo muerto de la canción de Aute, por ejemplo) y que te lo vayan sirviendo todos los días para desayunar.

Con todo, querido presidente Mago, he recordado que no tiene usted un no para nadie, rasgo de perversión o santidad que ya he glosado aquí recientemente en una baudelairiana, y aun muy atrás, cuando le bauticé Rodríguez Siatodo, circunstancia que no traigo a colación para molestarle de nuevo sino para que vea hasta que punto comprendo de antiguo su debilidad. Usted, pedazo de pan, no sabe decir no. Bien. Creo que hay una película a punto de estrenarse que se ocupa de un problema similar. Todos se aprovechan de usted, sin excepción, y encuentran las mejores excusas para hacerlo.

Del mismo modo que alguien se encaprichó con un par de piscinas en Canarias, con una escolta de Guardias Civiles para bucear, con delirantes reformas en un palacio, con compras en Londres y vaya usted a saber con cuantas cosas más, y usted aceptó, transigió, consintió, concedió; del mismo modo le están sacando los higadillos una ristra de presidentes autonómicos en fila india. Usted, ataviado con larga capa roja y corona republicana de cartón (quizá del McDonald’s), majestuosamente sentado en su trona de Moncloa, las cejas y orejillas puntiagudas, los brazos pegados al tronco, los antebrazos arriba y abajo como un autómata del Tibidabo, los va recibiendo con mucha paciencia, los sienta en su falda, les da un caramelo, les coge la cartita y se la entrega a Bernardino León vestido de paje, les hace un arrumaco, les toca la punta de la nariz, cuchi cuchi, y los despacha más contentos que unas pascuas. Salen todos convencidos de que se la han metido, pero eso es sólo porque no saben sumar.

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