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Albert Esplugas Boter

El arte del capitalismo

La intervencionista Francia ha perdido su status de líder mundial en el ámbito artístico y es hoy un ávido importador de cultura americana. EEUU figura en la vanguardia del arte abstracto, la composición clásica moderna, la danza, la ficción, la poesía...

Se da por descontado que la cultura no es rentable y necesita la asistencia activa del Estado. Ignasi Guardans, director del ICCA, ponía de manifiesto ese prejuicio al objetar en una entrevista para El País que la gente proteste tanto por las subvenciones al cine sin reparar en las partidas que se destinan a otras áreas culturales. Sin financiación pública, dice Guardans, no habría ópera ni música clásica en España. El Estado es, pues, imprescindible, cuando no el motor de la cultura.

No es así en Estados Unidos y la pregunta es por qué. Según el informe How the United States Funds the Arts de la NEA, en Norteamérica el sector privado es el principal abastecedor de las instituciones artísticas, por medio de donaciones de particulares y empresas, patrocinios y suscripciones, y pago de entradas. La financiación pública representa solamente un 13% de los presupuestos de las instituciones y organizaciones artísticas sin ánimo de lucro. Un 44% proviene de la venta de entradas, de las suscripciones a miembros y otros ingresos comerciales, y un 43% corresponde a donaciones (31% individuos, 3% corporaciones y 9% fundaciones). La financiación pública directa en el caso de las orquestas sinfónicas, por ejemplo, representa un 4% del presupuesto. Un teatro o una orquesta en Alemania recibe como mínimo un 80% de sus recursos por esa vía. El museo medio francés está casi totalmente subsidiado.

El presupuesto del Ministerio de Cultura francés fue de 2.639 millones de euros en 2004. El presupuesto de su equivalente americano, la National Endowment for the Arts, fue de 84 millones de euros el mismo año, un 3.2% de aquel montante o el presupuesto de una superproducción de Hollywood. Si añadimos el gasto público a nivel estatal y local la suma asciende ya a la considerable suma de 886 millones de euros, pero es una tercera parte del presupuesto de Francia en una país que tiene cinco veces su población y seis veces su PIB.

Como explica Tyler Cowen en su libro In Praise of Commercial Culture, esta relativa pasividad del Estado no ha sido un freno al desarrollo cultural, antes al contrario. Francia ha perdido su status como líder mundial en el ámbito artístico y es hoy un ávido importador de cultura americana. Estados Unidos figura en la vanguardia de ámbitos como el arte abstracto, la composición clásica moderna, la danza, la ficción, la poesía, la arquitectura, el jazz o el teatro. Desde 1965 a 1990 el número de orquestas sinfónicas pasó de 58 a casi 300, el número de compañías de ópera de 27 a más de 150, y el número de teatros regionales sin ánimo de lucro, de 22 a 500.

No en vano, a lo largo de la historia los centros artísticos y culturales más importantes han emergido en sociadades basadas en el comercio, con estructuras de gobierno descentralizadas o poco autoritarias. El Renacimiento tuvo su máximo exponente en ciudades-Estado comerciales como Florencia o Venecia. Los Países Bajos y su escuela flamenca vivieron su edad dorada en el siglo XVII, cuando era la región más próspera y el centro comercial más importante del mundo. El impresionismo francés nació al margen del Salón parisino controlado por el Estado, financiado por la demanda internacional y el capital privado fruto del auge industrial.

El capitalismo favorece la cultura de muchas maneras, directa e indirectamente. Expande y descentraliza las fuentes de financiación, promoviendo la independencia económica de los artistas; abarata los costes de producción, poniendo los medios al alcance de todos; aporta innovaciones tecnológicas en la difusión y la preservación del arte, aumentando la oferta cultural contemporánea y del pasado; instituye incentivos lucrativos para satisfacer la demanda de cultura y cubrir nichos de mercado; y genera la suficiente riqueza como para que dispongamos de tiempo libre y podamos cultivar nuestras inquietudes ascéticas.

La intervención del Estado atrofia la iniciativa privada en los ámbitos mencionados. Por ejemplo, si consideramos las donaciones individuales a causas artísticas, los estadounidenses donan diez veces más per cápita que los franceses. El menor volumen de donaciones no es consecuencia de la avaricia francesa sino del papel más intervencionista de su administración, que en lugar de complementar desplaza las iniciativas voluntarias. ¿Por qué vamos a hacer una donación si sabemos que el Estado se encarga de financiar el arte y además ya pagamos bastante con nuestros impuestos?

Por eso Guardans hace trampas cuando afirma que sin financiación pública no habría ópera o música clásica. Si el Estado dejara de subvencionar el arte, el mercado (empresas, organizaciones, patrocinadores, consumidores, artistas) tomarían progresivamente el relevo. El Wall Street Journal se hacía eco en un reciente reportaje, The Culture of Giving, de la influencia que el modelo americano de donaciones estaba teniendo en las instituciones artísticas europeas. El Louvre incrementó sus ingresos provenientes de la filantropía, los patrocinadores y el alquiler de espacios de un 6% en 2003 a un 16% este año. Para atraer donantes las organizaciones están siendo creativas: viajes artísticos, exhibiciones y conciertos especiales, cenas y tours privados etc. Un ejemplo de cómo el mercado establece incentivos para el desarrollo cultural.

Elelogio de la cultura comercialde Tyler Cowen es el mejor antídoto contra la extendida opinión de que el capitalismo está en conflicto con el arte. "Créanme, mi único propósito es hacer tanto dinero como sea posible; después de una buena salud es lo mejor que se puede tener". No es una frase de Donald Trump, sino de Mozart.

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