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Cristina Losada

Assange, el iluminado

Asumía también que Wikileaks se manchara "las manos de sangre" en algún caso. Todo sea por la causa. Una causa por "formas de gobierno más abiertas" que, oh, casualidad, tienen como principal blanco a los EEUU y no a las cerradas dictaduras del orbe.

Antes de que se eleve a los altares a Julian Assange como un señor mártir de la libertad de información, convendrá someter a escrutinio sus procedimientos y prestar atención a sus propósitos. Se ha querido rodear el australiano de un halo de misterio, muy conveniente para hacerse un personaje, pero si algo no ha mantenido en secreto son sus intenciones. De ahí que sorprenda el empecinamiento general en considerarle un hombre entregado a la noble tarea de exponer esa clase de tropelías que los gobiernos perpetran y siempre quieren mantener ocultas. Si así fuera, Wikileaks no haría más que sumarse a una labor que ha venido realizando la prensa. Pero lo suyo es distinto.

La actividad de Assange no se encierra en los límites tradicionales del periodismo. Para él, la transparencia no es un fin, sino un medio destinado a provocar cambios sociales y políticos. "Nuestro objetivo no es conseguir una sociedad más transparente. Nuestro objetivo es conseguir una sociedad más justa", declaraba a Time. Y, por supuesto, será él, Assange, quien defina en qué consiste la justicia. En su visión, los regímenes autoritarios, entre los que sobresale EEUU, se fundan en la conspiración. Si las filtraciones llevan a los gobiernos a reducir el flujo de información interna que sustenta el poder de los "conspiradores", tanto mejor: así serán más ineficientes. Resulta que no estamos ante un periodista que quiere informar al público, sino ante el enésimo iluminado que pretende cambiar el mundo. Y si no lo es, se lo hace.

Cabe alegar, en este punto, que sus designios son lo de menos y la revelación de secretos gubernamentales es beneficiosa, incluso cuando pone en peligro la seguridad de una democracia en guerra o la vida de ciertas personas. En un reportaje del New Yorker, el activista reconocía que podía perjudicar a inocentes, pero lo asumía como un "daño colateral": no puede sopesar la importancia de cada detalle en cada documento. Y asumía también que Wikileaks se manchara "las manos de sangre" en algún caso. Todo sea por la causa. Una causa y una lucha por "formas de gobierno más abiertas" que, oh, casualidad, tienen como principal blanco a los Estados Unidos y no a las cerradas dictaduras del orbe.

Pero las intenciones sí importan. Aunque Assange proclama, pretencioso, que lo suyo es "periodismo científico", que da acceso a toda la verdad y permite a cualquiera juzgar por sí mismo, el material que aparece negro sobre blanco es fruto de una selección como la que lleva a cabo el periodismo clásico. Y ahí entran en juego los criterios, los prejuicios y los propósitos. Cuando él y sus colaboradores editaron el vídeo que, con evidente sesgo, titularon "Asesinato colateral", lo hicieron para lograr un impacto y un efecto determinados. No fue una excepción: es su modus operandi. Uno que nada tiene de científico y mucho de la manipulación clásica.

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