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Florentino Portero

Precedentes

No tengo ni idea de qué se trae entre manos el asturiano, pero espero que su conducta se rija más por el interés nacional que por el placer de humillar públicamente a Rajoy y a los dirigentes que controlan hoy el partido en el Principado y fuera de él.

La rueda de prensa de Francisco Álvarez Cascos ha dado paso a un coro de declaraciones críticas por parte de políticos populares de mayor o menor rango. La condena ha sido unánime y el tono despectivo, como despectivo fue el trato que el antiguo vicepresidente recibió de la actual dirección del Partido Popular por el hecho, aparentemente normal en una sociedad democrática, de optar a encabezar la candidatura de su partido en el Principado. Lo oído me ha recordado un episodio de la historia política española que, aun no siendo idéntico, tiene sus similitudes.

En las postrimerías del siglo XIX Francisco Silvela, que había sido ministro de Justicia y de la Gobernación, decidió abandonar el Partido Liberal-Conservador, del que era destacado dirigente, por considerar que Antonio Cánovas, jefe del Partido y presidente del Consejo, amparaba en demasía a gente poco ejemplar y bloqueaba el proceso de transición paulatina hacia un régimen más representativo. Me encantaría perderme por los vericuetos del debate historiográfico sobre el sistema político de la Restauración, pero me parece que no es el momento. Vayamos al grano. El hecho es que Francisco Silvela creó su propio grupo disidente, abrió un periódico y comenzó una digna y tenaz campaña para denunciar lo que consideraba estaba mal y predicar las soluciones que creía más adecuadas, en consonancia con las corrientes regeneracionistas entonces en boga.

Las huestes canovistas se lanzaron contra él, tratando de desprestigiarle, pero le avalaba su formidable obra jurídica y, puesto que no vivía de la política sino que ésta le costaba un riñón y parte del otro, siguió adelante como si la bronca no fuera con él. Cánovas murió asesinado. Sagasta se resistió todo lo que pudo, pero al final recayó sobre él la ingrata tarea de dirigir el país en plena guerra con Estados Unidos. Mientras tanto, los conservadores se pusieron a buscar sucesor; los "caballeros del Santo Sepulcro", que así eran conocidos los más fieles al difunto, trataron de bloquear la vuelta del disidente... pero al final el elegido fue Silvela. Tenía autoridad, una importante obra política a sus espaldas y su discurso había sintonizado con la opinión pública.

Ya sé que la historia nunca se repite, pero también sé que una persona inteligente puede aprender muchas cosas de la experiencia. Álvarez Cascos no se parece mucho a Silvela, la situación es distinta... pero una disidencia puede ser el principio de la regeneración de un partido político. Silvela sirvió de puente para la llegada de Maura al conservadurismo y el ensayo de un nuevo liderazgo. No tengo ni idea de qué se trae entre manos el asturiano, pero espero que su conducta se rija más por el interés nacional que por el placer de humillar públicamente a Rajoy y a los dirigentes que controlan hoy el partido en el Principado y fuera de él. La derrota de los populares en Asturias a manos de Álvarez Cascos puede ser la mejor noticia que los liberal-conservadores españoles podamos tener el 22 de mayo o, por el contrario, el punto de partida de una nuevo cacicato regionalista.

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