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Serafín Fanjul

Crepúsculo en Tahrir

Es posible que hasta el indocumentado de la Casa Blanca deba pensárselo dos veces antes de favorecer la ascensión de un soporte de Irán.

En Midan et-Tahrir (Plaza de la Liberación) el asfalto, en verano, resuda calor hacia arriba, el tráfico enloquecido dificulta hasta cruzar de acera, multitudes deambulan por ese punto central de la ciudad donde se desarrolló lo que – de verdad, no esto de ahora– constituyó "la mayor manifestación de la historia de Egipto", el entierro de Abd en-Naser en 1970. La plaza –enorme y destartalada, más bien una explanada– reúne todos los elementos representativos del país actual: el Nilo, el Museo Egipcio de Antigüedades, la mezquita de Omar Makram, el Mogamma’ (edificio de la Policía), la Universidad Americana, el Hotel Nilo Hilton (y algunos más) y el desorden y el bullicio... Pero no caigamos en el folklorismo.

Desconocer la historia de los países puede inducir a creer que la última noticia de actualidad significa una novedad portentosa, raya divisoria y punto de arranque de un país diferente. Sin embargo, respecto a Egipto (y posiblemente acerca de otros muchos lugares) lo que hay es una continuidad reiterativa en los comportamientos y las conductas colectivas. Las revueltas populares, desde el gran incendio de El Cairo en 1952 (por no irnos más lejos: podríamos hacerlo) han sido una constante repetida cada ocho o diez años, a veces menos. Motines que duran unos cuantos días, se queman bares (a ser posible, con gente dentro), mueren algunas personas, se producen saqueos y, después, el jaleo se va extinguiendo. Al comprobar que un día tras otro no sucede nada, el cansancio y las necesidades cotidianas acaban por sofocarlo, falto de dirección y de objetivos a largo plazo, más allá del malestar y de una vaga protesta –merecidísima– contra el tirano de turno. Hasta la próxima. Y recuerden lo acaecido en Irán (es decir, lo no acaecido) tras el pucherazo electoral de los ayatollas: ahora están ejecutando a los condenados que no asesinaron con anterioridad.

En esta ocasión se apuntan factores nuevos como determinantes de resultados distintos: el "efecto dominó", cuya influencia real está por ver, allende las especulaciones periodísticas; el peso de las "redes sociales" como aglutinadores del descontento (se habla de cinco millones de usuarios: ¿y los otros ochenta millones de egipcios?) y en todo caso sólo son un instrumento, no un programa ni una regeneración en serio; el auspicio solapado de los Hermanos Musulmanes... factor este último que sí debe tomarse en consideración si no queremos salir de Guatemala para entrar en Guatepeor. La pobreza extrema de la población es un elemento estructural desde el tiempo de los faraones y siempre ha acompañado como telón de fondo a cuantos conflictos sociales y trifulcas menores han estallado, para seguir garantizando, paradójicamente, su perduración. ¿Qué significa, de hecho, una expresión tan grandilocuente como el "ansia de libertad" de weberos, bloggeros, tuiteros o feisbukeros? ¿Significa lo mismo para un islamista que para una joven copta que sueña con largarse a Canadá? No hay cohesión, ni plan homogéneo, ni unidad de criterios entre la exigua proporción de egipcios que se moviliza: sólo echar a Mubarak.

¿Y después?

Dicen que la revolución electrónica cambia el mundo y también a Egipto. Puede ser, pero la auténtica revolución técnica que percibí en mi último viaje a ese país el año pasado, fue la sustitución de los entrañables, pero incomodísimos, cigüeñales, norias y "tornillos de Arquímedes" por modernísimas bombas hidráulicas diesel: en España eran modernísimas hace sesenta años. Por algo se empieza. Pero lo que no va a cambiar es el chantaje a Occidente de los déspotas árabes (es decir, todos los gobernantes) que plantean la disyuntiva: o nosotros o el islamismo radical (¿cuál es el otro?). Es posible que hasta el indocumentado de la Casa Blanca deba pensárselo dos veces antes de favorecer la ascensión de un soporte de Irán. Y, a propósito, al-Baradi’i –su apellido– significa en árabe el "albardero" y ya saben a quién se ponen las albardas.

Los postreros residuos visibles de los Oficiales Libres , que se opusieron a los ingleses, botaron a Faruq y constituyeron un régimen de dictadura militar al que disfrazaron de Unión Socialista Árabe, se apagan en Tahrir, no por obra de Twiter, sino por simple razón biológica: son todos viejísimos, los que quedan. Pero aunque Mubarak acabe tomando las de Villadiego –lo que está en veremos– es muy dudoso que el núcleo duro del estado (economía, ejército, policía) esté dispuesto a entregar el país a los Hermanos Musulmanes, única fuerza organizada en todo este alboroto. O a Irán: a elegir.

Agradecimientos:

Para Manix: Tiene usted razón, debí escribir "uebos", como hace DRAE. No lo encuentro en Autoridades, Cobarruvias ni en Corominas. La única explicación que se me ocurre –que no disculpa– para mi error es que tal vez he visto escrita en algún documento legal antiguo la otra grafía y la memoria visual, junto a la fonética, me ha jugado una pequeña mala pasada. Quizá.

Para Divara: Reconforta –y se agradece– que quienes han sido alumnos quieran seguir siendo amigos, aun a distancia. Gracias.

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