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GEES

Que gane el mejor

Si ganan las fuerzas liberales lo harán conscientes de nuestro abandono. Y si lo hacen las islamistas, sabrán que somos incluso más débiles de lo que pensaban.

Bush hizo que Gadafi rindiera sus armas de destrucción masiva, lo que hace menos acuciante la situación actual. La oposición a Bush hizo inutilizable el capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas que permite la amenaza del uso de la fuerza, lo que hace irresoluble la situación actual. Así que Libia es hoy dos cosas para Occidente: un entretenimiento, y una ocasión más para fingir buena conciencia. Se está dando un empacho de ambos, pero mucho cuidado con la digestión.

Mientras Gadafi expelía mensajes propagandísticos, que idiotamente generaban las burlas de los medios occidentales al tiempo que surtían el efecto deseado internamente, lo único que este deseaba oír lo dijo el secretario de Defensa americano Robert Gates.

Ante los cadetes de West Point, declaró: "si un futuro secretario de Defensa aconseja al presidente enviar un gran ejército terrestre a Asia, Oriente Medio o África, debería hacerse mirar la cabeza". Cuando un presidente permanece callado y una secretaria de Estado sólo dice banalidades, el riesgo que se corre es que el ministro de Defensa, pensando hacer una gracia sobre Irak y Afganistán–que maldita la que tiene– haga explícito lo que los encargados de la política han dejado implícito.

Así que Gadafi ha lanzado una ofensiva sobre los rebeldes del Este. Y que sea lo que Dios quiera.

Pero la elite dominante en Occidente actuaba estos días como un sólo hombre. Tanto New York Times como El País se empeñaban en convencer a sus lectores de que los oponentes a Gadafi querían, como los borrachos a la salida de los bares, que no les sujetaran y que les dejaran solitos dar una paliza al sanguinario dictador terrorista.

Pero esto era mentira. Así, el disidente libio Ali Rashi, que estaba entre los que acudieron al departamento de Estado esta semana, declaró al WSJ que "Estamos preocupados por que este conflicto pueda prolongarse. No queremos que Gadafi sienta que puede sobrevivir".

En el Times se podía leer, no sin tener que llegar al decimonoveno párrafo de la noticia, que "el líder del grupo de rebeldes de Benghazi que discutía la intervención extranjera dijo que el concejo había llegado al consenso de solicitar ataques aéreos". No mayoría. Consenso.

Entretanto, la Asamblea General de la ONU suspendía a Libia de su pertenencia al Consejo de Derechos Humanos, castigando así con crueldad a los diplomáticos a abstenerse de admirar la cúpula de Barceló. Ni mención a bloqueos navales, aéreos, o terrestres.

El grupo que trata de derrocar a Gadafi está desorganizado. Es una amalgama de restos del ejército libio, poco entrenados y sin armamento, y de voluntarios con alguna idea de cómo disparar. La fuerza de leales a Gadafi, pagados y bien armados, asciende a cerca de 12.000, apoyados por carros de combate rusos y piezas de artillería.

A la vista de esto Hillary Clinton declaraba ante el Congreso americano que "el Gobierno de Obama" sabía que la oposición libia quería ser vista como "la que por sí misma estaba haciendo esto en nombre del pueblo libio, y (deseaba) que no hubiera intervención exterior". Acto seguido, Obama, en perfecta sintonía, mandaba a pasear los barcos militares por el Canal de Suez, no sin antes declarar Gates: "tenemos que pensar acerca del uso del ejército americano en otro país de Oriente Medio. Somos sensibles acerca de estas cosas". Ya. 

O sea que, muy en consonancia con las opiniones públicas que llegadas a este punto habían sacado otra cerveza de la nevera, los líderes de Occidente se dedicaban exclusivamente a hablar para entretener al personal, a sabiendas de que su apoyo a las revueltas y aspiraciones democráticas era, claro, meramente de boquilla. Porque, ¡despierta Occidente!, no se recuerda parto alguno de la democracia sin dolor, y para el de la libertad no existe anestesia.

 
Nos dirigimos pues hacia la peor de las opciones posibles. Si ganan en Oriente Medio las fuerzas tiránicas, lo harán resentidas con sus antiguos aliados occidentales y se cobrarán su apoyo, si es que lo prestan, aún más caro que hasta hoy. Si ganan las fuerzas liberales lo harán conscientes de nuestro abandono. Y si lo hacen las islamistas, sabrán que somos incluso más débiles de lo que pensaban.

"Estamos presenciando la historia", dijo Obama al principio del levantamiento egipcio. Cierto. Nadie piensa mover un dedo para protagonizarla. Europa porque no cuenta y Obama por mezcla de inconsciencia, desidia y cobardía. Esperamos así instaladitos en el sofá, con la conciencia tranquila, a que gane el mejor. Como en una misa negra, la perversa posmodernidad pone a Santa Teresa del revés: nada te turbe, nada te espante, quien buenas intenciones tiene, nada le falta.

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