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Gina Montaner

Biscet y el mes de abril

Cuando concluya la pesadilla de medio siglo de castrismo, en Cuba ocurrirá como en tantos otros países donde la reconstrucción ha pasado por reivindicar y desagraviar a quienes lucharon por la libertad.

Ha pasado la mayor parte de su vida adulta entrando y saliendo de las prisiones de Cuba. Oscar Elías Biscet, el preso de conciencia más emblemático del Grupo de los 75, fue liberado el pasado viernes tras pasar los últimos ocho años en prisión. En 2003 el Gobierno cubano lo acusó de subversión, un delito que en los sistemas totalitarios es sinónimo de la lucha a favor de la democracia.

Biscet pudo haber escogido el camino vil del policía cibernético, que en un vídeo que ha dado la vuelta al mundo les enseña a sus compañeros de la Seguridad del Estado cómo desarticular a la oposición pacífica y a los blogueros que intentan conectarse con el exterior por medio de las redes sociales. A fin de cuentas el célebre opositor se formó con la revolución y, tras haberse graduado de la facultad de medicina, pudo haber tenido una carrera fulgurante a la sombra del Partido Comunista. Sin embargo, Biscet descubrió muy pronto que su vocación pacifista y al servicio del prójimo estaba reñida con un sistema despiadado que despoja al individuo de sus libertades más básicas. Así fue cómo comenzaron sus procesiones por centros detención; sus huelgas de hambre; sus protestas en la calle soportando el asedio de las turbas de repudio.

Qué vidas tan dispares la del gendarme de internet y la de Oscar Elías Biscet. Uno al servicio de la represión y el otro permanentemente perseguido por hablar libremente. El primero, un cancerbero de la tiranía, en las imágenes difundidas ofrece sin rubor una disertación acerca de los métodos necesarios para aplastar a la disidencia. El segundo aparece en un vídeo de principios del año 2000 clamando a viva voz en la calle "Vivan los derechos humanos", a la par que la policía secreta lo mete en un auto a empellones. En tan sólo un minuto y en una breve instantánea, Biscet destila la esencia del héroe solitario capaz de trascender el miedo palpable que inspiran los verdugos.

Parafraseando una bella canción de Joaquín Sabina, a Oscar Elías Biscet le han quitado el mes de abril y tienen nombre propio quienes le han arrebatado los mejores años de su vida: Fidel y Raúl Castro, los hermanos malasombra al frente de una esclerotizada dictadura que ya apesta a difuntos y flores. Hoy, ocho años después de su último encarcelamiento, este activista de corte gandhiano vuelve a la vida con las secuelas del maltrato diario que ha recibido en prisión. Biscet, al igual que otro puñado de presos políticos de la causa de la Primavera Negra de 2003, ha aceptado su excarcelación con la condición de no ser obligado al destierro. Por el momento su intención es permanecer en la isla. Poco después de su excarcelación, no dudó en declararle a los medios extranjeros que piensa seguir luchando por la libertad del pueblo cubano.

Cuando concluya la pesadilla de medio siglo de castrismo, en Cuba ocurrirá como en tantos otros países donde la reconstrucción ha pasado por reivindicar y desagraviar a quienes lucharon por la libertad. Será el momento de cambiar los nombres de calles y plazas que hoy arrastran el lastre de los arquitectos de la tiranía. Una de las grandes avenidas que desembocan en la luminosidad del mar se merece llevar el nombre de Oscar Elías Biscet. Al esbirro cibernético, en cambio, no lo recordarán ni en un miserable callejón. Son las inevitables consecuencias de dos vidas paralelas pero con finales bien distintos.

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