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Antonio Robles

La copa de España

En 1977, Santiago Carrillo lo advirtió. La bandera española es de todos, si no la utilizamos nosotros, se la apropiará la ultraderecha. Así fue y el error aún se sigue pagando.

Barça 0, Madrid 1. ¿Triunfo de España sobre Cataluña? No, sólo fue una final más entre dos grandes equipos de fútbol. Los antecedentes no auguraban nada bueno, pues la contaminación nacionalista amenazaba con envenenarlo todo. Afortunadamente, no fue el triunfo del mal sobre el bien, como el insensato director adjunto del Sport, Lluís Mascaró, dejó por escrito el día anterior: "El Barça debe ganar esta Copa (...) para evitar que gane la crispación, la caverna mediática, la manipulación, la mentira. La final de esta noche es la batalla final entre el bien y el mal. Entre la educación y la mezquindad. Entre el amor y el odio".

Tampoco arraigó la bronca independentista alentada por Solidaritat Catalana (SI) contra el himno nacionala la hora de sonar antes del partido. A pesar de TV3. Una instrumentalización más por parte de los nacionalistas para conseguir fines políticos a través de excitar los instintos más sucios y atávicos del ser humano. Ni triunfó la torpe respuesta de los agraviados, llamando a inundar las gradas madridistasde banderas españolas. Error mayúsculo de quienes confunden al Real Madrid con el equipo de España. Obvio es decir que los nacionalistas no confunden, directamente se creen la esencia de Cataluña y tienen en el Barça la encarnación de su ejército.

No, ayer no fue el triunfo político del Madrid sobre el Barça; ayer lo más importante fue el triunfo del fútbol sobre la política, sobre la peor de las políticas, la que utiliza todo, incluidas las emociones más limpias e inocentes de los niños. Porque, en el fondo, el fútbol no deja de ser un juego, y los juegos son el alma de los niños que la edad no mata en los mayores.

Acierto histórico obviar la provocación. El nacionalismo tiene en la alimentación del odio y el agravio su fuente de vida (o de muerte). Caer en ellos es de necios. Pleitear el derecho a utilizar la bandera española en los estadios como bandera partidista es robarle su naturaleza constitucional. Enfrentarla a la senyera catalana o a la estelada independentista por el mero hecho de que una parte de la afición culé las exhiba más que los colores blaugranas, es hacerles un favor inmenso a los separatistas. Sueñan con enfrentar en los estadios los colores estelados de la bandera independentista con la bandera nacional. Esa sería la plasmación empírica del enfrentamiento de dos naciones, su guión preferido, la pedagogía que buscan, el enfrentamiento emocional que les ayude a romper la cohesión política de España.

Ayer, el Real Madrid ganó un trofeo: la copa de España. Y a la copa de España se puede y se deberían llevar banderas españolas. Sólo faltaría. Pero todas las aficiones, no una sola de ellas. Caer en esa simplicidad sería el mismo error que hicieron los partidos en la transición política al dejar la bandera constitucional en manos de la ultraderecha por complejo a utilizarla. En 1977, Santiago Carrillo lo advirtió. La bandera española es de todos, si no la utilizamos nosotros, se la apropiará la ultraderecha. Así fue y el error aún se sigue pagando.

No dejemos que los independentistas la conviertan en bandera de un club por la torpeza de una parte de la afición del otro. Tampoco la dejemos en el armario. Seguro que ustedes me entienden.

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