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José Antonio Martínez-Abarca

Son los de la porra

Los "indignados" se han quitado por fin su careta, que tiene inequívoca vocación de pasamontañas. Todo en la primavera de los pardillos del #spanishrevolution ha sido, en todo momento, violento.

Los "indignados" se han quitado por fin su careta, que tiene inequívoca vocación de pasamontañas. César Vidal no se equivocaba: en efecto, desde el principio eran la "banda de la porra" de la izquierda. Pero hasta las elecciones del domingo, queriendo sacar su rédito electoral, los "indignados" habían estado jugando, bien que con dificultades, a la convención burguesa del monólogo, ya que no diálogo, en vez de jugar a lo que les tira el cuerpo: el ejercicio de la violencia explícita. Naturalmente, todo en la primavera de los pardillos del #spanishrevolution ha sido, en todo momento, violento. Violencia ya era ocupar el espacio público, como violencia eran sus apropiaciones indebidas de la "soberanía nacional" (que decían representar ellos y sólo ellos) y de la "opinión pública", como si los que han votado a algún partido no tuviesen opinión o ésta debiese circunscribirse a lo privado, como la fe en tiempos de persecución. Pero ahora han pasado a mayores.

En mi pueblo, tras saberse los resultados electorales que condenan al PSOE a un cuasiextraparlamentarismo, los supuestos "transversales y pacíficos" del 15-M ya no han tenido por qué simular moderación. Como Superman, se han metido corriendo en sus sacos de dormir, arrancándose la gafapasta y el traje de faena del regeneracionismo (a más de abandonar la flauta y meter el perro en la perrera municipal) y saliendo de él con la inmarcesible camiseta negra del "Nunca Mais", dispuestos –y ya no en nombre de los berberechos con chapapote, como entonces– a que cualquier cosa que huela a democracia liberal no prevalezca en el planeta. La misma noche triunfal del PP volaron desde sus "vivacs" al hotel donde este partido celebraba los resultados para obligar a la Policía Nacional a mantener la ficción del "pacifismo". Dos días después, han tomado la sede de la televisión autonómica, 7RM, donde se emiten opiniones tan poco favorecedoras como las mías. No hace falta añadir que por supuesto lo perpetraron violentamente, porque, entre empellones, obligar a escuchar un manifiesto no solicitado a favor pero en realidad en contra de la libertad periodística ya es pura ultraviolencia. Ya que las urnas los ignoran, los bienaventurados pacíficos del 15-M (15 minutos de democracia y ni un minuto más) van a por el clásico de "Bildu": cuanto peor, mejor.

Dos de los tres promotores del 15-M reniegan de los decálogos totalitarios excretados en las acampadas, pero eso sólo indica que en realidad estas células nunca les han pertenecido. La propiedad de estos movimientos "espontáneos" corresponde a los de siempre. O sea, a los que meses antes de las elecciones autonómicas en mi pueblo persiguieron de forma oficiosa o "casual" (es decir, también oficiosa) a los cargos públicos del PP, agrediéndolos en varias ocasiones, y a la media hora de resolverse las elecciones vuelven a lo que saben hacer. Preparar el camino en Europa para una romántica dictadura bananera o, en su defecto, hacer que los votantes de Rajoy se lo piensen antes de salir de casa.

En España

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