Menú
Cristina Losada

La guerra ha terminado

Hoy, incluso, la muerte de Semprún, Jorge, permitía agregar capas al mendaz envoltorio. Cierto que él mismo se entregó a la impostura, como denunciaron su hermano Carlos y otros conocedores de su papel en Buchenwald.

Volví a ver La guerre est finie no hace mucho tiempo, es decir, en algún momento de los últimos diez años. Me pareció, la película de Resnais, una obra maestra, aunque ahora no pondría la mano en el fuego. El tiempo no pasa en balde. Tampoco había pasado en balde el tiempo en España entre la guerra civil y los años sesenta, y ése era el perturbador descubrimiento del que daba cuenta el guionista, Jorge Semprún, tras haber vislumbrado la fisonomía española desde su condición de agente clandestino del PCE, enlace y correo entre la dirección de París y la militancia del interior. Los periplos de Yves Montand en esa película minimalista representan el viaje entre el universo congelado del exilio y un país transformado, ya distante y ajeno a aquella Guerra, en la que todavía habitaban, petrificados, los comunistas y otras gentes del destierro. Era el sobrio viaje a la realidad.

Semprún y su partido percibirían la inutilidad de unas estrategias ancladas en códigos del pasado, fútiles intentos de derrocar a la dictadura mediante huelgas generales de improbable seguimiento y enorme coste. La guerra había terminado, realmente. El engaño y el autoengaño se dieron de bruces con una sociedad que empezaba a cosechar los frutos del progreso económico, se compraba el pisito y el seiscientos, y pensaba en las vacaciones en Torremolinos. Nada de lo cual impediría que el viaje de Montand-Semprún fuera un trayecto que sucesivos aluviones de la izquierda estarían –estaríamos– condenados a repetir, fuese en forma de tragedia o de otro género de menor carga dramática. Entrados los setenta, una miríada de grupos aún creía exultante no en que fuera posible la vuelta a la II República, vieja reliquia para el museo, sino la mismísima Revolución.

Faltaba la farsa y aquí está, en nuestro presente. De nuevo se proclama que la guerra no ha terminado, como en un viaje de vuelta a aquel planeta inmóvil en el que vivían las gentes del exilio y medraban los capos estalinistas. Pretende revestirse de recuperación de la memoria, pero es mera falsificación. Hoy, incluso, la muerte de Semprún, Jorge, permitía agregar capas al mendaz envoltorio. Cierto que él mismo se entregó a la impostura, como denunciaron su hermano Carlos y otros conocedores de su papel en Buchenwald. Y es bien triste que quien supo afrontar la realidad política y reflejar la experiencia con brillantez no fuera nunca capaz de afrontar la realidad más suya.

En Sociedad

    0
    comentarios
    Acceda a los 8 comentarios guardados