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Alberto Acereda

Estrategia en la Casa Blanca

Si la economía mejora (cosa improbable), Obama se llevará los laureles. Si no, bastará con echar la culpa a los republicanos por demorar o negar su colaboración.

El fracaso de la gestión económica de Obama ha tocado ya techo, con un mes de junio pasado donde se crearon tan sólo 18.000 puestos de trabajo, o sea un puesto creado entre cada mil desempleados. Lo mismo pasa con el actual techo alcanzado por el endeudamiento nacional. Cada vez resulta más claro que hay mucho de estrategia y juego político desde la Casa Blanca. Las políticas intervencionistas de Obama, con el apoyo de Ben Bernanke, han resultado una ruina y el presidente sabe que su futuro pasa por obligar a la derecha republicana a que acepte sus condiciones para así garantizarse una tabla de salvación de cara a 2012.

Si la economía mejora (cosa improbable), Obama se llevará los laureles. Si no, bastará con echar la culpa a los republicanos por demorar o negar su colaboración. Por eso, desde hace días Obama lleva presionando al GOP para elevar el límite de la deuda gubernamental. En ese contexto Obama aprovecha, además, para incluir una subida de impuestos. Amenaza a sus oponentes de que si no aceptan una solución negociada, no firmará una extensión temporal. Junto a su escudero en el Tesoro, Tim Geithner, se han encargado ya de poner una fecha ficticia como plazo, que será el 2 de agosto. Obama argumenta que quiere evitar que EEUU caiga en incumplimiento de pagos por primera vez en su historia, con impredecibles consecuencias para la economía estadounidense y el resto de los mercados internacionales.

Lo que Obama no explica es que esta situación de deuda no es nueva ni viene de sorpresa, sino que es consecuencia de su propia y nefasta gestión económica, amparada por el Partido Demócrata y en permanente caos desde que él mismo tomó la batuta del gasto desde la Casa Blanca. Lo que Obama hace, en cambio, es usar el viejo libreto socialista de asustar a los pensionistas, amenazar a los mayores que reciben subsidios de gastos médicos y hasta a los discapacitados y a los militares veteranos diciéndoles que acaso no cobrarán sus nóminas. Obama busca coaccionar y aterrorizar sin reconocer que la solución es gastar menos. Eso, aparte de que el día 3 de agosto sólo Obama tiene la capacidad de impedir que esos pagos nominales se realicen con normalidad.

La demagogia económica de este presidente, obsesionado con obtener un segundo mandato en 2012, pasa por mentir al no haber puesto sobre la mesa ni siquiera su propio plan. Pasa por querer obligar a los legisladores del GOP a aceptar más gasto y aun subir los impuestos, lo que va contra la premisa mayor por la que esos mismos legisladores fueron elegidos mayoritariamente por el pueblo hace ocho meses. Obama cree que el pueblo es tonto y, como a niños, nos recomienda que dejemos de quejarnos, que nos quitemos las tiritas y nos comamos los guisantes.

Con encuestas desfavorables, como la última de Gallup, Obama es ya la Mamá Grande renacida, aquella tirana del famoso relato de García Márquez. Se marcha irritado de las reuniones y aprovecha este momento económico cuando tiene todo calculado y a la espera de que los republicanos acepten sus condiciones.

De lograrlo, sin embargo, Obama estaría fracturando al Partido Republicano donde la masa del Tea Party está harta, y con razón, de centristas serviles y donde es posible que –de aceptarse una subida de impuestos por parte del GOP– surgiera para 2012 un tercer partido. Eso garantizaría la ahora mismo difícil reelección de Obama, igual que ocurrió en 1992 con la de Bill Clinton, cuando Ross Perot se echó al ruedo y dejó fuera de juego a Bush padre. Por eso es fundamental que en el GOP no caigan en la trampa. La oferta de acuerdo lanzada por el líder del GOP en el Senado, Mitch McConnell, es ya un mal síntoma.

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