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Cristina Losada

Qué caros salen los progres

Nos pasa lo mismo que a aquellos protectores de Gandhi a los que costaba mucho dinero mantenerlo pobre. Ya no podemos financiar lo que cuesta mantener la buena conciencia de los progres.

Como por caridad he seguido las peripecias de un foro internacional de la socialdemocracia que acaba de celebrarse en Madrid bajo el nombre de Global Progress. Nadie les ha hecho caso, salvo para glosar alguna presencia de Rubalcaba y ciertas palabras de elogio al candidato. A mí, en cambio, me interesaba qué tiene que decir el progresismo sobre los tiempos que vivimos. Por establecer contrastes. Y porque de dieciséis gobernantes y exgobernantes y un premio Nobel de Economía, bien se podía esperar algo más que juegos florales. Esto es, algo más que los preceptivos ataques a la política conservadora o "neoliberal", los llamamientos a un pacto por el crecimiento –global, por supuesto–, y las alusiones a la reforma financiera y a la gobernanza, esto último la especialidad en que se ha hecho fuerte González tras su paso por la joyería y los bonsáis.

La iniciativa estelar del encuentro, que patrocinaba la fundación Ideas del PSOE –fuera bromas– ha sido la elaboración de un diccionario de términos progresistas, que no puede ser, a estas alturas, más que un diccionario nostálgico. En la A, la alianza de civilizaciones; en la C el codesarrollo; en la M, el multiculturalismo; en la S, la sostenibilidad y el sindicalismo; en la T, la tercera vía; y así, una tras otra, las queridas piezas de guardarropía que la crisis, despiadada como es, ha destinado al museo. Porque la socialdemocracia siempre ha sido un lujo, pero ahora es un lujo que no nos podemos permitir los trabajadores. Así que hace bien el progresismo en preparar un libro-sarcófago que preserve el nombre de sus juguetes favoritos para conocimiento de generaciones futuras. Y es que nos pasa lo mismo que a aquellos protectores de Gandhi a los que costaba mucho dinero mantenerlo pobre. Ya no podemos financiar lo que cuesta mantener la buena conciencia de los progres.

Cuanto más lo pienso, más apropiado me parece el proyecto. Pues el progresismo es, antes que nada, un lenguaje. Y uno que ha logrado el extraordinario status de lengua común de la política, dado el tradicional desinterés de los conservadores por las minucias de la comunicación y las ideas. Pero hoy su hegemonía está amenazada. No tanto por la derecha, que habla la koiné progresista, sino por una izquierda no alfabetizada que rompe la calle. Tiene por ello mucho sentido que la socialdemocracia aspire a conservarse, al menos, entre las tapas de un diccionario.

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