Puede que el cardenal Mazarino fuera el primer misionero pedagógico de la historia. En el siglo XVII, el jesuita abrió al público su biblioteca privada de París, vulgo La Mazarina, de cuarenta mil exquisitos volúmenes, Biblia de Gutemberg incluida, animado tal vez por el precursor de la popularización de las bibliotecas, Gabriel Noudè, su bibliotecario personal. A Noudè se le atribuye la acuñación del término "golpe de Estado", y fue él quien se encargó de abrir la biblioteca al público definitivamente, albergada en el Colegio de las Cuatro Naciones fundado por Mazarino, tras la huida de éste por el casi golpe de Estado conocido como la revuelta de la Fronda.
Medio siglo después, Ferreras, bibliotecario Mayor de Felipe V, nuestro primer Borbón, redactó el Decreto Fundacional y Constituciones para la Real Biblioteca Pública, hoy Biblioteca Nacional de España, cuya primera sede fue el pasadizo que conecta el Real Alcázar con el Monasterio de la Encarnación de Madrid. Huelga decir que, a pesar del intento por acercar al pueblo el sano vicio de la lectura, los libros siguieron siendo, durante mucho tiempo, carne de élite.
Los bibliotecarios eran criados de la Casa Real y la Imprenta, Imprenta Real, por Real Orden de Carlos III de Borbón y duque de Parma, hijo de Felipe V y autor, entre otras maravillas, y por consejo del Conde de Aranda, del ensanche urbanístico en la entonces periferia de Madrid, el Salón del Prado, para integrarla en el conjunto palatino del Buen Retiro y ubicar allí edificios culturales y jardines para uso y disfrute de los ciudadanos.
Hermosilla trazó el esquema longitudinal del Salón del Prado, Ventura Rodríguez dispuso la colocación de las cuatro fuentes, Villanueva se encargó de proyectar el Museo del Prado y Sabatini del traslado del Real Jardín Botánico. Faltaba la Biblioteca.
El monarca, tras expulsar de España por imitación y Pragmática Sanción a los jesuitas, inició la primera reforma educativa a través de los Reales Estudios de San Isidro de Madrid, legislando por primera vez en educación, a ámbito nacional, en términos de derecho y no de privilegio.
Éste fue el germen de la Junta de Instrucción Pública basada en el informe elaborado por Quintana tras las Cortes de Cádiz, y también de la ley Moyano de 1857, de obligado cumplimiento durante el trienio liberal de finales de siglo, que desembocó posteriormente en los estatutos de fundación de la Institución Libre de Enseñanza de Giner de los Ríos en 1874 y, por fin, en el Patronato de Misiones Pedagógicas de la II República, en 1931.
Una vez demostrado el hecho de que la progresía ha plagiado la popularización de la cultura, volvamos a la Biblioteca Nacional, que cumple trescientos años.
El imponente edificio de estilo neoclásico que alberga la Biblioteca se encuentra en el Paseo de Recoletos de Madrid, zona del ensanche de Carlos III, en el lugar donde se ubicó en el siglo XVI el convento de Agustinos Recoletos, de ahí el nombre.
Comenzó las obras el arquitecto Francisco Jareño, en 1866, para el Palacio de Museos, Archivo y Bibliotecas Nacionales, no Reales desde 1837, y las terminó Antonio Ruiz en 1892, fecha que dio lugar a que el nuevo edificio fuera sede de la Exposición Iberoamericana Conmemorativa del IV centenario del Descubrimiento de América.
En marzo de ese mismo año se abrió al público. Constaba de treinta y cinco salas y Salón de Lectura para unos trescientos lectores. En 1932, durante la II República, el presidente Alcalá Zamora inauguró la primera ampliación, propuesta por el Director Miguel Artigas por la 'afluencia masiva' de usuarios, que consistió en una gran Sala General destinada a 'estudiantes, obreros y lectores populares'. En 1947 se creó el Servicio Nacional de Lectura y en 1955 el arquitecto Luis Moya amplió de nuevo el edificio triplicando su capacidad. En 1986 se realizó la última ampliación de la Biblioteca por los arquitectos Junquera y Pérez Pita, obra por la que los autores obtuvieron el Premio Nacional de Arquitectura en 1994, y fue inaugurada en el año 2000 por los Reyes de España, a día de hoy nuestros últimos Borbones.
Según el barómetro de lectura de este año de la Federación de Gremios de Editores de España, el 61.4 por ciento de los españoles se declara lector de libros. Los españoles leemos, de media, 10.3 libros al año. ¿Qué hacemos el resto del tiempo?
La Biblioteca Nacional tiene fondos extraordinarios al alcance de quien quiera disfrutar de ellos: fondo antiguo, fondo general impreso, material audiovisual, colecciones digitales y exposiciones tan interesantes como la actual dedicada a la Historia de la Biblia Hebrea y a la vida cultural y religiosa de los judíos de la Edad Media en España.
Eugène Morel, impulsor de las bibliotecas públicas en Francia, afirmaba que hay un enemigo más peligroso para las bibliotecas que el archivista: el arquitecto, y también que el pueblo puede leer si se molesta en hacerlo. Los reaccionarios de la Ècole des Chartes, a principios del siglo XX, le llamaron iluso.
La Sra. Garrandés Asprón es arquitecto y corresponsal de las Artes de Libertad Digital.