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Cristina Losada

Ante todo, mucha calma

El gobierno argentino echó a patadas a unos accionistas españoles, y la reacción internacional y doméstica al atropello fue tan convincente que convenció a Evo Morales.

El presidente de Bolivia tiene por costumbre nacionalizar empresas eléctricas el primero de mayo. En una ocasión, fueron tres de una tacada. Los caudillos indigenistas como el simpático Morales cumplen así los deseos de la Pachamama y aplacan, de paso, el descontento de la población. ¡Todo para el pueblo! Que el Héroe Mundial de la Tierra, como le ungió la Asamblea General de la ONU, haga suyas las empresas de otros no debería sorprender a nadie; ni siquiera a un gobierno español. La tierra le pertenece; a él y al viento, vaya. Y la elección de víctima para su ritual expropiador del año, tampoco puede asombrar mucho. Dos semanas antes, sus colegas argentinos echaron a patadas a unos accionistas españoles, y la reacción internacional y doméstica al atropello fue tan convincente que convenció a Morales.

Ese hombre de palabra ha convencido a su vez al Gobierno español de que pagará. Por eso, el ministro De Guindos entiende que "no es un ataque a España" y el PP cree que es un ataque a los bolivianos. Si se empeñan. Por mucho que se empeñen, la percepción de una España sola, fané y descanllagada, a la que se puede robar sin miramientos, aun exagerada –empresas de otros países han sido expropiadas–, se extenderá en nuestro ambiente crepuscular y más allá. Lo hará ayudada por la anémica respuesta del Gobierno y la oblicua de la leal oposición. Porque los socialistas igual te reclaman una estrategia de defensa de las empresas, que votan en contra de defenderlas. Tras la expropiación de YPF, se opusieron en el Parlamento Europeo a cualquier signo de alguna futura, remota, leve, fugaz represalia. Era más "inteligente" una solución negociada. Y el listo que llegó fue Morales.

Los Estados Unidos impusieron el embargo comercial a Cuba como represalia por la expropiación que sufrieron sus ciudadanos y empresas a manos del castrismo. Pero no es buen modelo. Se les ve excesivos, extremistas, fanáticos en la defensa de las propiedades de sus ciudadanos. Es mejor negociar y que paguen, aunque sea poco, como aconsejan los empresarios. Y, por supuesto, prescindir de soflamas y de cualquier patrioterismo. Yo no sé qué pinta el patrioterismo en este asunto, pero leo que es un peligro grave e inminente que nos acecha. Así que una respuesta "medida" y a esperar. A que caiga la siguiente. Una tiende a pensar que hay algún término medio entre la declaración de guerra y el no hacer nada. A Bolivia, sin ir más lejos, se le podría retirar la ayuda al desarrollo. Ah, qué insolidaria. Pues dejémoslo correr. ¿Cómo era aquello? España será respetada, etcétera.  

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