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Serafín Fanjul

Nuestro eterno Gibraltar

Nuestro país mantiene incólumes sus esencias, ora por la vía del entreguismo desvergonzado y mendicante (modelo socialista o progre en general), ora por medio de la retórica vacua pero sin intención de mover un dedo seriamente (modelo de la derecha).

Ante la actualidad presente, me pide el cuerpo escribir algo sobre Gibraltar, sin embargo recuerdo que hace años (¡cinco!) ya publiqué un texto con ese título en estas páginas electrónicas. Releo el artículo y concluyo que no hay razón alguna para cambiar un punto ni una coma pues, por desgracia, continúa vigente. Nuestro país, con unos u otros gobiernos, mantiene incólumes sus esencias, ora por la vía del entreguismo desvergonzado y mendicante (modelo socialista o progre en general), ora por medio de la retórica vacua pero sin intención de mover un dedo seriamente (modelo de la derecha, la de ahora y la de antaño, con excepción de Castiella), de suerte que nuestros diplomáticos, mientras declaman frases de Calderón, se bajan tranquilamente los pantalones, no por su gusto, sino por las instrucciones que reciben de los gobiernos de Madrid. Con todo, sugiero a los lectores que lean, o relean, mi texto de hace cinco años, en la seguridad de que, dentro de diez, seguirá luciendo la lozanía de la juventud eterna.

No obstante, algún elemento nuevo sí aparece en la actualidad, no existente en 2007: el estallido de la crisis económica y la consiguiente desmoralización, todavía mayor de la sociedad española. "Con la que está cayendo –argumenta el tertuliano– nos vienen ahora con Gibraltar, es una cortina de humo", pretexto perfecto a ojos del español medio para no hacer nunca nada, ni respecto a Gibraltar ni respecto a ningún otro conflicto, carencia ni complejo que venga de muy atrás, ya sea el Código Penal, la racionalización de la enseñanza o la planificación en serio de nuestra proyección exterior. Como si parar los pies a Inglaterra o poner en su sitio a los delincuentes del Peñón hubiese de interferir necesariamente en las medidas económicas internas o externas que se adopten. Y reconocemos que es preferible la hipocresía, un poco ilusa, del instante presente que la desvergüenza sin rebozo de un Moratinos o un Rodríguez. O un González, que abrió la verja, por cierto con gran regocijo y algazara en los alrededores, porque pensaban que volvía Mr. Marshall, aunque el cometido que nos tienen asignado los guiris, luengo tiempo ha, es oficiar de putas y camareros, papel que demasiados españoles aceptan encantados, por aquello que se dice en Cuba: cuando el tiburón da coletazos, siempre salpica.

Ese es nuestro Gibraltar más peligroso: la muralla de subterfugios tranquilizadores que nos buscamos para justificar la inacción, la renuncia a defender nuestros derechos por evidentes que sean, la descomposición moral y social (base promotora de la política) que nos paraliza, con argumentos que a nuestros enemigos sólo mueven a risa y pitorreo: ¿qué van a decir de nosotros en el extranjero? Por Gibraltar o por lo que sea. Si no somos capaces de preservar y defender la unidad nacional dentro de nuestras fronteras, ¿con qué medios y razones adoptaremos una política implacable con Gibraltar? Si los ingleses se comieron Tabacalera, con beneficios ignotos para los españoles, y si ahora British Airways está parasitando y desguazando Iberia, con maravillosos efectos no menos ignorados, ¿de dónde va a salir la determinación para cerrar la verja? Y no sigo acumulando ejemplos porque me deprimo.

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