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Mendigos

Estos seres desvalidos tienen sus enemigos. Los peores son los jóvenes de ideología ultra. Chicos con las botas reforzadas de acero, las cabezas rapadas y las cazadoras ajustadas.

La mendicidad es la última frontera de la dignidad humana. Cualquiera que se fije en un ser humano mendicante puede reconocerse en la desgracia. Esas personas que duermen en coches abandonados, a las puertas de los garajes o en los bancos de los jardines públicos merecen respeto y consideración. Son personas vulnerables, abandonadas a sus propias fuerzas, que malviven en la calle mientras, muchos de ellos, van perdiendo la cabeza y la salud.

Estos seres desvalidos tienen sus enemigos. Los peores son los jóvenes de ideología ultra. Chicos con las botas reforzadas de acero, las cabezas rapadas y las cazadoras ajustadas. Les atacan, les golpean. Estos chicos ultras, y otros sin definir, odian a estas sombras que se arrastran.

La Guardia Civil ha detenido a 18 jóvenes, posibles miembros de una organización ultraderechista, que tienen su territorio en el noroeste de Madrid. Podrían haber cometido delitos contra los derechos fundamentales y las libertades públicas.

Hace dos semanas un indigente fue agredido en un descampado. Le golpearon, amenazaron, insultaron, y le arrojaron líquido inflamable para quemarlo vivo. Querían hacer una hoguera con él, que ardiera como una tea. También es posible que los ultras patrullen por su zona amenazando a comerciantes extranjeros. Son xenófobos violentos. Parece que entre ellos hay un menor de edad. Son una banda, y cualquier banda que se precie tiene que tener su menor edad, por aquello del niño jurídico.

Están imputados por presunta pertenencia a un grupo criminal y por la referida agresión al mendigo. Atacar a personas que lo han perdido todo, que malviven a la intemperie, es la peor cosa que puede hacer un grupo de aprendices de nazi. Hace tiempo que el crimen detecta que el maridaje entre ideología ultraderechista y juventud produce asesinos como Breivik o el Unabomber mallorquín que quería hacer explotar una ensaimada a base de fertilizantes en la universidad de la isla.

Estos criminales frustrados –sólo produjeron heridas al indigente– merecen el castigo más duro que la ley pueda imponerles, y desde luego el rechazo de la sociedad. Precisan de una reeducación, puesto que les han enseñado la violencia y el maltratado, el odio al débil y la intención de borrar de la tierra a los seres desposeídos.

Un cervatillo con la pata herida mueve a la compasión, la gente quiere protegerlo, curarlo, cuidarlo. Quien, por el contrario, piensa en rematarlo es un sociópata peligroso. Hablamos de estética, no de hambre. En caso de necesidad, el ser humano es cazador. En estado de reposo, saciado, pretende la paz y la civilización. Vivir en sociedades donde se respete a todos, se ceda el paso a los mutilados y se alimente a los hambrientos, se proteja a los enfermos y se saque de la calle a los mendigos, porque la calle destruye la cabeza y el corazón.

Mientras no estemos en ese mundo feliz, ¡ay de quien maltrate a un ser desfavorecido, empobrecido y abandonado! ¡Que sobre él caiga el peso de la ley! Especialmente si es joven, vigoroso y favorecido por la naturaleza.

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