Tras residir casi siete años en Israel, regresé a mi país natal, Argentina, hace tres meses. Debido a que ya me encontraba lejos del Estado judío y a que la situación en Argentina amerita prestarle especial atención, debo reconocer que he dejado de lado en parte la situación en Israel y en Oriente Medio, por lo que ya hacía tiempo que no escribía sobre el tema. Sin embargo, esta nueva escalada de violencia me llevó a retomar aquella senda que había abandonado momentáneamente. De más está decir que ojalá no hubiera tenido que hacerlo.
Muchos de mis conocidos debaten por las redes sociales debido a las duras críticas que recibe Israel y muestran su indignación con muchos medios de comunicación y algunos periodistas en particular, del mismo modo que yo lo he hecho en el pasado. Pero esta vez decidí llamarme a silencio, no por resignación sino por agotamiento. Ya estoy cansado. Tengo el enorme honor de poder escribir para Libertad Digital, que me da la posibilidad de hacer llegar mi pensamiento a muchísimas personas. Aprovechando esta oportunidad que me da este medio, volcaré mi opinión sobre el teclado y me desentenderé de aquellos que tanto critican y tan poco saben.
No obstante, debo aclarar que este escrito se referirá al conflicto desde un punto de vista más general y no específicamente a lo que se vive ahora, pues los combates armados en los que Israel se ve envuelto son casi idénticos, de ahí la conveniencia de este tipo de enfoque. Pero ya me estoy alargando demasiado. Vayamos al grano.
Retomo la idea del título, la de la aceptación. ¿Por qué baso mi análisis en esto? Veamos.
El Hamás no acepta la existencia de Israel ni la presencia de judíos en el área y llama a su aniquilamiento, incluso en sus escuelas y en sus educativos programas infantiles, en los que se tilda a los hebreos de hijos de "simios y cerdos". Israel, en cambio, sí acepta a los palestinos y a todos aquellos que intentaron destruirlo, como quedó claro en la partición del 47 –que dio carta de naturaleza al Hogar Judío, al tiempo que se reconocía a la otra mitad como un futuro Estado árabe–, en los tratados de paz firmados con Egipto y Jordania, en los Acuerdos de Oslo con la OLP y en la desconexión con Gaza.
Los enemigos de Israel tienen que asumir la cruel realidad de que el Estado judío no va a desaparecer; de lo contrario, nunca llegará la paz. Han probado la vía violenta una y mil veces, y sólo han conseguido peores condiciones de vida y más muerte en ambos lados. En cambio, cuando han aceptado que la guerra no beneficia a nadie, especialmente a ellos mismos, Israel siempre ha cedido, y la calma ha llegado. Mientras sigan el camino de la negación y la violencia habrá choques armados, que solo traerán más muerte y destrucción. ¿Es esta la situación aceptable para los islamistas radicales?
Muchos querrán que me explaye sobre la prensa tendenciosamente anti-israelí, o sobre las manifestaciones en contra de Israel en varias partes del mundo. No tiene sentido. Los odiadores de Israel silencian en el mejor de los casos y justifican en el peor las salvajadas que perpetran las tiranías que en el mundo son; sólo se indignan cuando Israel se defiende tras sufrir continuos ataques con cohetes. Puede ser que, incluso sin darse cuenta, algunos críticos, debido a las claras diferencias en materia de respeto a las libertades que existen entre Israel y sus vecinos, esperen más del Estado judío; tal vez crean que puede defenderse de otra manera, lo cual es totalmente legítimo y debatible. Pero deberían aclararlo. Las cosas, en su lugar.
¿Cuántos misiles debe aceptar Israel? ¿Por cuánto tiempo puede defenderse? ¿Acaso no puede aceptarse que el Estado judío pueda defenderse? ¿Cuál es la manera aceptable de detener los ataques? Necesitaría respuestas claras a estas preguntas; de lo contrario, no tiene sentido refutar nada.
Israel es un país imperfecto. Como todos. Yo he residido allí y, créanme, siendo como soy liberal, he criticado la injerencia del Estado en las vidas y los bolsillos de la gente. Pero, claro, haría lo mismo en cualquier país del mundo. No acepto el proteccionismo, los impuestos altos, la mera existencia del Seguro Social –que de Seguro no tiene nada–, la prohibición de las drogas, del juego, etc. No lo acepto en Israel ni en ningún otro país. Sin embargo, he de aclarar a los mal o desinformados que en Israel judíos, musulmanes y cristianos gozan de las mismas libertades y padecen las mismas prohibiciones.
En Israel, los árabes gozan de muchas más libertades que los árabes residentes en los propios países árabes. Es por ello que, a pesar de lo que puedan decir muchos, la gran mayoría de los árabes residentes en Israel acepta al Estado judío. No digo que los represente como nación, porque eso ya es una cuestión personal de cada uno, pero sí saben que en el mundo árabe no podrían tener la libertad que tienen allí. ¿Se imaginan a un palestino criticando al Hamás o una marcha del Orgullo Gay en algún país islamista? Lo dudo.
Si Israel quisiera expandirse, ya lo habría hecho. Pero constantemente ha preferido ceder territorios a cambio de paz. Si Israel quisiera destruir los territorios palestinos y exterminar a sus habitantes, tendría la fuerza militar para hacerlo en minutos; pero sólo quiere defenderse causando el menor daño posible, y es por eso que sufre bajas año tras año. Paga un precio en vidas israelíes para reducir el que pagan los civiles del enemigo, mientras que el Hamás y el resto de organizaciones terroristas palestinas no buscan sino incrementar el número de bajas civiles entre los israelíes... y también entre los propios palestinos, a los que usa como escudos humanos. El israelí no quiere morir: lucha por su vida; y si pudiera elegir no iría a la guerra, sino que se dedicaría a trabajar y a ocuparse de su familia. En cambio, el sueño del terrorista palestino es morir matando e incitar a todos los que pueda a seguir el mismo camino.
En el año 2007, el Hamás se apoderó de Gaza tras un sangriento conflicto armado con el Fatah, muchos de cuyos miembros pidieron refugio a Israel, que se lo concedió y que posibilitó su traslado a Cisjordania, donde gobierna Fatah de la mano de Mahmud Abás, quien en aquel entonces tildó al Hamas de grupo terrorista. Abás ha aceptado la existencia del Estado de Israel y es partidario de la solución de dos Estados basados en las fronteras del 67. Eso ha disminuido el terrorismo en o desde Cisjordania, por lo que decrecieron las operaciones israelíes en la zona y se experimentó un auge en el nivel de vida de los cisjordanos, nivel de vida, por cierto, infinitamente superior al de los gazatíes. O sea, que en Cisjordania se dedicaron más a construir que a destruir.
Aceptar es todo lo que hay que hacer para, al menos, empezar a hablar, cosa que hicieron ocasionalmente Abás y el premier israelí, Benjamín Netanyahu; sin mucho éxito, ciertamente, pero ese es el camino.
Aceptar es la palabra clave. Israel ha aceptado hacer concesiones a cambio de la paz, y lo seguirá haciendo; pero no aceptará su destrucción para satisfacer a los peores tiranos del mundo ni a los que cierran los ojos ante los crímenes que se perpetran en Siria, Darfur, Ruanda, Irán, etcétera, y sólo los abren cuando Israel se defiende.