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Florentino Portero

España-Marruecos: reflexiones finales

En Marruecos no hay seguridad jurídica, existe el chantaje y el entorno más o menos inmediato del Rey es el principal responsable.

En Marruecos no hay seguridad jurídica, existe el chantaje y el entorno más o menos inmediato del Rey es el principal responsable.

Con el rey Juan Carlos y su numeroso séquito de vuelta en España, quisiera compartir cinco últimas reflexiones sobre las relaciones entre España y Marruecos –sin duda uno de los capítulos más importantes, delicados y complejos de nuestra política exterior– que sirvan como remate de mi anterior columna.

El viaje ha sido posible porque en los últimos años hemos asistido a una importante mejora en la cooperación en materia de seguridad, prueba de que se ha extendido entre las autoridades marroquíes, y muy especialmente en el Majzén, la idea de que la seguridad hispano-marroquí es indivisible. Los atentados del 11-M y de Casablanca, entre otros, han ayudado a consolidar una percepción difícil de prever hace unos pocos años. La colaboración es un hecho, es importante y va a más, generando un marco de confianza que ayuda a entender el buen momento de las relaciones diplomáticas.

La Monarquía, como tantas cosas en la vida, tiene ventajas e inconvenientes. En política exterior hay una ventaja evidente: permite distinguir lo permanente de lo accidental. La Corona representa a la Nación en el tiempo, mientras que el Gobierno es la expresión de la voluntad popular durante una legislatura, si es que la acaba. En democracia Corona y Gobierno deben sintonizarse y sincronizarse. Además es deber del Gobierno controlar los actos del Monarca, para de esta manera salvaguardar a la propia institución de sus legítimos detentadores. En expresiva frase de Adolfo Suárez "hay que proteger al Rey de sí mismo". En el caso concreto de la relación de España con el Mundo Árabe es de sobra conocido y reconocido el papel jugado por el Rey, tanto en el plano diplomático como en el empresarial. Todo lo anterior se ha podido constatar en el reciente viaje de don Juan Carlos a Marruecos. El Rey da a nuestra política exterior una dimensión superior, en especial en regímenes monárquicos no democráticos pero no sólo en ellos. Es un activo fundamental, pero que debe ser objeto de severo escrutinio. El sistema político de la Constitución de 1978 está en crisis porque ha devenido en un cotarro de políticos corruptos, empresarios que desconfían del mercado y sienten una irrefrenable querencia por el BOE, jueces adictos y, en medio de todos, un monarca tan sensible al amor como a los negocios. Esa "corte de los milagros" ideada por un Ramón postmoderno, con corinas que suben y bajan de aviones privados intermediando en oscuros negocios, está poniendo en peligro el sistema que rige el bienestar y la convivencia entre los españoles, algo demasiado serio como para no dedicarle la atención debida.

Por parte española el viaje ha tenido un marcado tono empresarial. Marruecos necesita de la inversión extranjera y muchas de nuestras empresas están interesadas en apostar por ese país. Para entender lo que hay en juego conviene valorar dos elementos vinculados al Rey de Marruecos. El primero es que muchas de esas inversiones dependen de concesiones. El segundo es que en Marruecos no hay seguridad jurídica, que existe el chantaje y que el entorno más o menos inmediato del Rey es el principal responsable. Tanto don Juan Carlos como nuestra diplomacia deben ser muy firmes en este terreno, por el bien de ambas partes. Marruecos no saldrá de la situación en que se encuentra hasta que no supere esta lacra. Sería muy preocupante que nuestras grandes empresas, cuyos presidentes están muy cerca, quizás demasiado, tanto del Rey como de los dos grandes partidos nacionales, se vieran protegidas y no así las muchas medianas empresas que desde hace años sufren acosos inaceptables. Españoles somos todos, no sólo los cortesanos de nuevo cuño, y a todos hay que defender.

El ministro García-Margallo ha comparado a Mohamed VI con Juan Carlos I en su faceta de "motor del cambio". Es una exageración oportuna y sensata. El rey Juan Carlos sabía lo que había que hacer y por qué había que hacerlo, de ahí que finalmente lo hiciera. España es una democracia gracias al Rey. El mérito no es exclusivo, pero restar importancia a su papel sería injusto. Mohamed VI no tiene tan claro ni el qué ni el por qué. La sociedad marroquí hoy no tiene ni el nivel de renta ni de educación de aquella España. Además vive, como el resto del Mundo Árabe, el auge de corrientes islamistas que rechazan principios y valores inherentes al modelo europeo y que no parecen tener alternativa en el Islam. No lo tiene fácil y nuestro papel, junto con franceses y norteamericanos, es el de animarle a continuar en la dirección correcta. Marruecos necesita más estado de derecho y más representatividad. Es evidente que los islamistas aprovecharán esos espacios para acumular poder y que eso supone un riesgo. Pero de no hacerlo el Majzén, la versión marroquí de nuestra "corte de los milagros", resultará una losa insoportable para la población al tiempo que los islamistas ganarán prestigio por sufrir persecución y representar valores enraizados en la cultura popular. El poder desgasta y sería un error librar a los islamistas de esa ilustrativa experiencia.

La cuestión del Sáhara ha emponzoñado las relaciones hispano-marroquíes y lo seguirá haciendo durante mucho tiempo. La diplomacia está para gestionar las desavenencias, porque para lo demás los individuos, empresas o instituciones se bastan solos. A la vista de lo declarado, las partes parecen comprender que más vale gestionar a medias el problema que tratar de doblegar de inmediato la voluntad del contrario. España tiene un compromiso vigente con el Consejo de Seguridad para descolonizar el territorio y la necesidad de mantener una relación equidistante entre Argelia y Marruecos. La resolución del problema depende, en última instancia, de que ambos estados superen viejas querellas y afronten conjuntamente los retos de seguridad, estabilidad y desarrollo que tienen ante sí. Están en una zona de alto riesgo y se necesitan casi tanto como se rechazan. España tiene ante sí, con la Corona al frente, una excelente oportunidad para facilitar el entendimiento entre ambos estados, punto de partida para una nueva etapa en la historia del Magreb.

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