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Ana de la Morena

Regreso al pasado

La única historia que podemos cambiar es la del futuro, es decir, nuestro presente.

Hace unas semanas un falso anuncio creado por los alumnos de la Escuela de Cine de Ludwigsburg sobre la seguridad de un automóvil levantó un debate cuyo trasfondo era ético.

En el anuncio, un moderno coche de la marca Mercedes-Benz, que no colaboró en la creación ni en la financiación del mismo, se mueve en medio de un paisaje de principios del siglo pasado ante el asombro y el miedo de las gentes de los pueblos en los que irrumpe. Los niños juegan tranquilos en medio de las calles. El automóvil se encuentra de pronto con dos niñas pero su sistema de seguridad las detecta y frena a tiempo para que su madre las aparte y ponga a salvo. El coche sigue su camino hasta llegar a otro pueblo. En él se repite el episodio pero esta vez es un niño el que juega despistado con una cometa. El sistema de seguridad del coche lo detecta y, lejos de frenar, acelera para embestirlo. Cuando lo hace, la cara de Hitler se superpone a la del niño. Después, el coche sigue su camino y se escucha a la madre de la criatura gritar su nombre, Adolf. El anuncio termina señalando que el sistema de seguridad del coche es tan bueno que detecta los riesgos antes de que existan.

El debate que se abrió giró en torno a si era o no moralmente aceptable acabar con la vida de un niño inocente, sabiendo que en el futuro se convertiría en el verdugo de tantas personas. El eterno dilema de si la ética de un acto depende de que se realice bajo unos determinados principios o sólo de la bondad de sus consecuencias.

Pero era un debate bastante estéril en realidad. Primero por la razón más obvia, no se puede cambiar el pasado. Después, aunque menos obvio casi más importante, porque en este tipo de discusiones solemos olvidar que el nazismo no fue obra de una sola persona sino de toda una sociedad dentro de un entorno histórico determinado. Peligrosos iluminados como Adolf Hitler los ha habido siempre en grandes cantidades. Que se les escuche y que sus delirios se conviertan en una espantosa realidad, depende del resto, no de ellos. Hoy igual que ayer.

Pero, como suele pasar, es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. Tenemos muy claro que habría que haber parado a Hitler antes de que hubiera podido hacer nada. Sin embargo, en el presente, vivimos en medio de situaciones casi idénticas y no somos capaces de hacerlo. Ni siquiera somos capaces de verlo. Siria es un buen ejemplo. Nos horroriza el nazismo y despreciamos a Hitler ahora que es una historia terminada y fallida, pero encontramos mil y una razones para justificar, resignarnos, transigir o mirar hacia otra parte cuando el mismo horror sucede delante de nuestras narices. El mismo. Porque en cuestión de guerras y muertos, las latitudes o los años no importan.

La única historia que podemos cambiar es la del futuro, es decir, nuestro presente. Y se hace aprendiendo de los errores del pasado. Precisamente por eso, porque no lo hacemos, habría sido inútil cortar la vida de Hitler cuando aún era un niño. Porque si no hubiera sido él, habría sido otro. Incluso el conductor de ese coche con un sistema de seguridad tan avanzado. Y el resto lo habríamos escuchado. Ayer igual que hoy.

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