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Elías Cohen

No os olvidaremos

Honramos a los que fueron aniquilados por los nazis y también a los que supieron que el tiempo que se les regaló no les pertenecía y se volcaron en una causa mayor.

Honramos a los que fueron aniquilados por los nazis y también a los que supieron que el tiempo que se les regaló no les pertenecía y se volcaron en una causa mayor.

Cuenta la historia que Simon Wiesenthal, años después de haber iniciado su carrera de célebre cazanazis, respondió así a la pregunta de un amigo, que antes y después de la Shoá había sido joyero, de por qué no hacía borrón y cuenta nueva:

Tú eres un hombre religioso. Crees en Dios y en la vida después de la muerte. Yo también. Cuando lleguemos al otro mundo y nos encontremos con los millones de judíos asesinados en los campos y nos pregunten ‘¿Qué has hecho?’, habrá muchas respuestas. Tú dirás: "He sido joyero"; otro dirá: "Yo construí casas’... Pero yo diré: “No me olvidé de vosotros".

Qué hacer con el tiempo que se les había regalado es un dilema con el que tuvieron que enfrentarse todos aquellos que sobrevivieron al exterminio. Efectivamente, muchos de los supervivientes intentaron reconstruir su vida y huir de esa Europa que sucumbió a las tinieblas dos veces en menos de treinta años. Un gran número de ellos, entre los que están el premio Nobel de la Paz Elie Wiesel o Violeta Friedman –gracias a su lucha se consiguió que la legislación española tipificara la apología del Holocausto como delito en el artículo 607 del Código Penal–, dedicaron su renacimiento a luchar contra el olvido. Otros, como Primo Levi o Paul Celan, no soportaron el arduo subsistir después del Holocausto y se quitaron la vida, no sin antes dar testimonio. Y algunos, como Wiesenthal o Tuviah Friedman, se dedicaron a buscar, encontrar y llevar ante la justicia a todos los responsables del exterminio que corrieron a esconderse al acabar la contienda.

Las generaciones venideras, los que nacimos después de que Eichmann fuera juzgado en Jerusalén, o después de que Claude Lanzmann filmara su monumental Shoah, debemos aprender la lección que los supervivientes nos han legado: no olvidar. No es una tarea que, sin embargo, tengamos sólo los judíos. En el Holocausto, como bien explicó el mismo Wiesel, "no sólo murieron judíos, también murió la condición humana". En la misma línea, Sartre fue más lejos: "Después de Auschwitz, todos somos judíos".

Ciertamente, la inmensidad del Holocausto no tiene precedente en la historia de los hombres. Gabriel Albiac lo definió así, a propósito de la negativa de Llamazares de rendir homenaje a las víctimas del Holocausto en 2003:

El horror sin equivalente de la Shoah, lo que hace de ella laboratorio único de un mal metafísico, absoluto, asentado en las tinieblas más blindadas del alma humana, es el rigor lineal de su supuesto básico. Hitler lo planteó en términos de los cuales toda ambigüedad queda excluida: "Opongo mutuamente al ario y al judío, de manera que, si doy al primero el nombre de hombre, me veo obligado a buscar otro nombre para el segundo... Y no es que diga que el judío es un animal... Es un ser ajeno al orden natural, un ser fuera de la naturaleza", una enfermedad, un virus cuya presencia amenaza de enfermedad y exterminio a la naturaleza toda.

(...) Porque el Holocausto no es un problema judío; es la tragedia, primordial e infinita, del hombre contemporáneo.

Además, en el Holocausto, por si la mitología juega malas pasadas y se intenta adjudicar el patrimonio exclusivo de víctimas y divulgadores a los judíos, murieron también gitanos –en torno al medio millón–, homosexuales, discapacitados, disidentes políticos y los catalogados como indeseables para los nazis y sus aliados.

En este sentido, cuesta creer que no fuera hasta 2005 cuando la ONU decidiera marcar el 27 de enero, el día de la liberación de Auschwitz, como Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Más aún cuando la ONU se organizó estableciendo la prevención del genocidio como una de sus más altas metas: precisamente la Carta de las Naciones Unidas señala que uno de los propósitos de la organización es "reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana". Aunque si prestamos atención a la mayoría de los miembros de la Asamblea General ataremos cabos fácilmente. No obstante, más vale tarde que nunca y, señalar este día es un gran paso en la lucha contra el olvido y, sobre todo, contra todas las formas de genocidio.

Por ello, recordar el Holocausto es también luchar contra la discriminación, contra la xenofobia y contra la intolerancia. Es una lucha por preservar nuestra democracia y nuestra libertad, que tanto sudor, sangre y lágrimas han costado. Actualmente, para lo bueno y para lo malo, se tiende a tener una memoria cortoplacista, pero la lucha contra el olvido es la herramienta más importante que tenemos para que algo así no vuelva a suceder.

A pesar de todo ello, desde que las tropas aliadas abrieran las puertas de los campos de exterminio y se descompusieran ante el lóbrego escenario, hemos contado con la tenacidad de muchos, como Simon o Violeta, que consagraron su vida a dejar claro lo que ocurrió hace apenas 70 años, y a escribir en nuestros manuales de historia la máxima de que antes de la Shoá pensamos que el hombre, pese a la pulsión de matar innata, tenía límites.

Hoy, pues, honramos a los que fueron aniquilados por los nazis y sus colaboradores. Y, también, a los que supieron que el tiempo que se les regaló no les pertenecía y se volcaron en una causa mayor. No os olvidaremos. Por vuestro calvario y por nuestro futuro, no os olvidaremos.

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