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Antonio Robles

La insoportable autocompasión del agravio

Cada día desenterrando muertos, exagerando pestilencias, falsificando el pasado. ¡Menudo añito nos espera!

El delirio secesionista no da tregua, portadas y editoriales relatan día a día las batallas de la guerra de sucesión con la mentalidad forofa de un partido de fútbol Barça-Madrid. Lo mismo les sirve el 75º aniversario de la entrada de las tropas franquistas en Barcelona como la más olvidada batalla de 1714. Cada día desenterrando muertos, exagerando pestilencias, falsificando el pasado. ¡Menudo añito nos espera!

Es increíble las tragaderas del personal: con tal de recrear la imagen de la malvada España, es capaz de comulgar con ruedas de molino. ¿Tan difícil es caer en la cuenta de que cualquier aldea, pueblo o región de España podría enarbolar agravios tan fundados o más que Cataluña? La atmósfera de saqueo y expolio que han logrado inocular a cientos de miles de catalanes con el invento ese de que Cataluña perdió en 1714 sus instituciones y libertades es de una obscenidad ética impresentable. Impuesta la mentira y aceptado el agravio, cualquier reivindicación es poca, y toda desmesura justificable. Así, hemos llegado a la legalización por el Parlamento de la estelada. Un símbolo que ciega la razón y convierte el debate en trinchera. Ya no hay hechos, sólo partidarios. O estás conmigo o contra mí. Ese es el gran logro moderno del catalanismo: dividir a la sociedad catalana mientras prepara inútilmente la demolición de España. Exactamente el camino inverso emprendido por la Unión Europea. Sus diseñadores soñaron con disolver las fronteras, estos levantan nuevas con los viejos prejuicios étnicos, camuflados bajo el salvoconducto democrático. Mayor impostura, imposible.

¿Qué deberíamos decir los españoles de Fernando VII cuando abolió la Constitución de Cádiz de 1812 después de haber recuperado la corona de España con la sangre de miles de liberales que habían luchado por la libertad y su regreso? ¿Pudo haber rey más miserable que este cobarde que no supo tener valor para oponerse a Napoleón, ni para respetar la libertad que los españoles se habían dado a sí mismos en su ausencia? ¿Hay mayor agravio que éste? Busquen en el pasado historias como éstas, encontrarán las que quieran; es la historia de la humanidad. Los pueblos han tenido que soportar un sinfín de abusos de sátrapas de toda calaña y condición. Si buscamos en el pasado, cada aldea encontrará motivos para pedir indemnizaciones. ¿A quién? ¿En nombre de qué?

Es evidente que los españoles no podemos pedirnos a nosotros mismos la indemnización sufrida por la canallada de Fernando VII, ni por los crímenes de la Santa Inquisición, ni por la conquista de Valencia a los moros, ni siquiera por los muertos de la guerra de Cuba, que los ricos podían ahorrarse por 15.000 reales. ¿A quién pedimos ahora esa incalificable redención en metálico? No podemos porque somos juez y parte, herederos de españoles que han labrado durante siglos este instante, hoy por fortuna democrático. Los nacionalistas catalanes sí pueden, porque individualizan el agravio, lo circunscriben a un territorio, escogen una tragedia, le ponen fecha, la envuelven en hechos diferenciales y señalan al enemigo. 1714 es su fecha, y España su enemigo.

Cualquier aldea, pueblo o región podría hacer lo mismo, incluso sin recurrir a tanta manipulación; pero serían tan tramposos, ruines, insolidarios y peligrosos como ellos.

La autocompasión que sienten por sí mismos me recuerda a esas plañideras que se pasan la vida jodiendo la vida a los demás sin responsabilizarse de sus propios actos. Lo que en el terreno de la individualidad no cuela, parece que cosecha innumerables partidarios en la religión laica del nacionalismo. En tiempos de sicarios de la pluma, las trincheras han sustituido al razonamiento y a la honestidad intelectual. Mal está que nuestros políticos nacionalistas quieran volver al pasado, peor está que la lucidez de la razón ande a gatas en cátedras, redacciones y escuelas.

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