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Michael Rubin

¿Serán libres y limpias las elecciones egipcias?

A estas alturas los políticos estadounidenses deberían reconocer que unas elecciones no hacen una democracia.

A estas alturas los políticos estadounidenses deberían reconocer que unas elecciones no hacen una democracia.

Tras el levantamiento, golpe o corrección de 2013 en Egipto (el debate sobre la terminología a emplear, si bien es relevante para la legislación estadounidense relativa a la ayuda exterior, puede distraer en una conversación corriente), los militares egipcios prometieron una rápida transición de vuelta a un Gobierno civil, un orden constitucional y unas elecciones.

En realidad, los militares han cumplido su palabra, aunque los políticos occidentales discutan el espíritu de sus actos. Después de que el Ejército egipcio arrestara al anterior presidente, Mohamed Morsi, y derribara su Gobierno, designó a interinos civiles: a Adli Mansur como presidente, por ejemplo, y a Hazem al Beblaui como primer ministro (que dimitió en febrero). Puede que el general Abdel Fatah al Sisi sea la figura más poderosa, y bien podría ser el próximo presidente, pero no asumió todo el poder. Dicho esto, hay numerosas pruebas que pueden esgrimir todos aquellos que consideran las ambiciones de Sisi de un modo más cínico.

Sin embargo, Sisi mantuvo su palabra y devolvió Egipto a un orden constitucional al desmontar la Constitución que Morsi había hecho aprobar, la cual habría hecho retroceder décadas a las mujeres y atrincherado al islamismo más allá de su mandato electoral. Los críticos, sin embargo, sostuvieron que la elaboración de la nueva Constitución no fue lo suficientemente inclusiva. Eso no fue del todo culpa del Gobierno provisional: con la decisión de los Hermanos Musulmanes de rechazar el orden posterior a Morsi en vez de participar en el mismo, al nuevo Ejecutivo le quedaban pocas opciones para seguir adelante, aparte de abandonar la elaboración del proyecto para una nueva Constitución; por suerte, decidieron continuar, pese a los intentos de los Hermanos por deslegitimar la nueva ley fundamental.

El próximo paso son las elecciones. Ciertamente, tras la experiencia promotora de la democracia de loa años de Bush y de Obama, a estas alturas los políticos estadounidenses deberían reconocer que unas elecciones no hacen una democracia. Tampoco todas las elecciones son libres y limpias. Aunque muchos críticos del Gobierno egipcio quieren regresar al orden anterior a julio pasado y permitir que los Hermanos Musulmanes se ahorquen con su propia soga, esa opinión no tiene en cuenta el hecho de que Morsi y los Hermanos, una vez en el cargo y consolidado su control, no parecían estar demasiado comprometidos con el sistema democrático de contrapesos, y, por tanto, puede que nunca hubieran permitido que el pueblo los pusiera a prueba en las urnas. Independientemente de ello, simplemente es imposible regresar al pasado. La cuestión entonces es cómo avanzar hacia el futuro. Resultaría contraproducente instar a la democratización pero criticar cualquier intento de nuevas elecciones. Al mismo tiempo, no hay razón para tomarle la palabra al Gobierno egipcio cuando afirma que desea unas elecciones libres y limpias.

Por eso es una buena señal el anuncio realizado la semana pasada por el Gobierno egipcio de que no sólo permitirá observadores externos para las elecciones del 26 y 27 de mayo, sino unos que sean creíbles. Permitir que la Unión Europea envíe observadores es, probablemente, la mejor opción. Ni el National Democratic Institute ni el International Republican Institute tendrían muchas ganas de enviar observadores, y tampoco serían muy bien recibidos después de que los militares egipcios los convirtieran en chivos expiatorios durante las primeras protestas de la Primavera Árabe. El Carter Center tampoco es creíble, dado el declarado (y, aparentemente, tendencioso) apoyo del expresidente Jimmy Carter a los Hermanos Musulmanes.

Hay mucha ira por parte de todos los implicados en la situación egipcia. Nadie está satisfecho. En vez de condenar al país al limbo, de forma nihilista, debido al disgusto por los acontecimientos del pasado julio, es importante lograr lo máximo posible con la situación actual e instar a Egipto a hacer las reformas que tanto necesita, de manera que el próximo presidente no caiga en la misma corrupción y el mismo capitalismo favoritista que hizo estallar las iras en 2011. Esperemos que los observadores de la Unión Europea supervisen las elecciones egipcias a corto y a largo plazo, y que el Gobierno del país siga teniendo la suficiente confianza en sí mismo como para abrazar la transparencia en su camino hacia adelante. Si las autoridades de El Cairo muestran buena voluntad, ello debería ser recíproco.


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