
Igual que Iznogud se pasó años en los cómics de Tabary y Goscinny queriendo ser califa en lugar del califa, llega al Calderón un muchacho llamado a ser Agüero en ausencia de Agüero. Ángel Correa, rosarino gambetero, es el primer fichaje del neocholismo, esa corriente de pensamiento futbolístico que buscará obtener en 2015 los mismos logros electorales pero con otro equipo de campaña. Y es que el saqueo en la plantilla del histórico Atlético de este curso promete ser doloroso.
Parido en la tierra de Messi, Di María, Lavezzi, Banega, Solari o Aldo Pedro Poy, Correa se estrenó con los grandes empujado por Pizzi, que construyó los mimbres de un San Lorenzo de Almagro campeón con, entre otros, el adolescente al que había estado a punto de birlar el Benfica. Ambidiestro, de culo bajo y pelota siempre pegada a los cordones, sus requiebros en los eslálones recuerdan a los del antiguo 10 del Atlético. Tiene menos talento puro, pero una capacidad de inventiva con la bola de las de partir huesos con amagos.
Físicamente frágil, ratón de tres cuartos de cancha, queda dilucidar si habrá hueco para él en la segunda punta o Simeone le utilizará también en labores de intendencia, algo más atrás o recostado a una banda. Volante ofensivo puro, que dicen en Argentina, el pibe tendrá que acostumbrarse a la filosofía de la gloria a través del esfuerzo. Con el actual entrenador del Valencia, gestor de carácter, ya tuvo un aperitivo que le será útil.
De Boedo al Manzanares con una maleta de fútbol y la palabra 'familia' tatuada en torno al pecho. El listón pica alto, pero Ángel Correa, rescatado de un campeonato vegetativo pero que nunca va a cesar de ser pasarela de buenos peloteros, no debe temer la aventura. Ahí está la materia prima de su país, que en Rosario y el resto de la provincia de Santa Fe se triplica. De allí salió el menudo nuevo colchonero, dispuesto a sentarse en un trono que en lleva desocupado desde 2011. A ser Kun en lugar del Kun.