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José María Albert de Paco

Los últimos de Nicaragua

No creo que haya otra forma de explicar el desistimiento de los Collboni o Ballesteros que el afán de bunquerizarse en los ayuntamientos

La dimisión de Navarro como primer secretario del PSC deja la imagen de un partido en desbandada, sin más horizonte probable que quedar reducido a escombros. A semejanza de lo ocurrido en el PSOE después de que Rubalcaba anunciara su marcha, ninguno de los dirigentes de mayor rango ha mostrado la menor disposición a capitanear la nave. Antes al contrario: como hiciera Susana Dí­az respecto a la secretarí­a vacante en el PSOE, quienes se supone que están llamados a competir por la jefatura del PSC han pretextado la dedicación a sus respectivas aldeas para quitarse de en medio.

En este sentido, resulta singularmente llamativo el caso de Jaume Collboni, que ha invocado con gravedad obiolsiana su compromiso como alcaldable por Barcelona, ciudad donde apenas saben de su existencia las asociaciones de paquistaní­es. El primer secretario por Tarragona y alcalde del lugar, Josep Félix Ballesteros, también ha recurrido a la cláusula Díaz: "mi única pasión es Tarragona y repetir como alcalde". Y a Collboni y Ballesteros han seguido la alcaldesa de Hospitalet, Nuria Marín, para quien su "prioridad" es la política municipal, y el alcalde de Lérida Ángel Ros, que ha manifestado, asimismo, que su "prioridad clara" es "la ciudad de Lérida y las próximas elecciones municipales"�. (La hecatombe de los socialistas catalanes no sólo es mensurable en sufragios; también da cuenta de ella el escaso pedigrí­ -excepción hecha de Ros- de esos dirigentes; o ese chico, Javi, con el que concurrieron a las europeas.)

No creo que haya otra forma de explicar el desistimiento de los Collboni, Ballesteros o Marín que el afán de bunquerizarse en los ayuntamientos, que fueron el principal bastión del PSC y, a lo que se ve, serán su último reducto. Eso, el mantenimiento del cargo, parece ser el único objetivo de los mandantes de Nicaragua, en el sobreentendido de que no habrá otro modo de arrimarse al poder y, por consiguiente, de eludir las rigideces del mercado laboral. Esa resuelta "pasión municipalista" recuerda en algo la conclusión del mandato de José Montilla. Como es sabido, el entonces presidente apuró hasta el descuento la firma del decreto de convocatoria de elecciones. Aquel Gobierno tieso, amortizado, cuyos integrantes incluso habían abjurado de la posibilidad de volver a coaligarse. Y Montilla agotando los plazos con el hierático desdén de los cuadros de largo recorrido. Ingenuo de mí­, llegué a preguntarme si no habría en dicha dilación una argucia táctica, un estertor vaticanista. Entonces retrocedí unos pasos y observé el paisaje en su majestuosidad. Eran nóminas. Sólo nóminas. Muchas bocas que alimentar y dos meses más cobrando.

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