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Antonio Robles

¿Quién ganó el simulacro de referéndum?

Aunque los separatas vayan de eufóricos y los defensores del Estado de derrotistas, si alguien ha perdido de verdad es la ficción soberanista.

Ante tanta pregunta trascendente, hagamos la más simple de todas: ¿quién ganó el simulacro de referéndum del 9-N?

Todos han perdido, seguramente unos más que otros. Aunque los separatas vayan de eufóricos y los defensores del Estado de derrotistas, si alguien ha perdido de verdad es la ficción soberanista. Tanto es así que las portadas de La Vanguardia, Ara y El Periódico vienen marcadas por grandes colas ante los colegios electorales para evidenciar la masiva votación de los catalanes, cuando la realidad de los votos subraya una participación ridícula del 37,02 % del censo, estimado por el propio Gobierno de la Generalidad en 6.228.531 personas. O sea, un tercio. La menor participación de toda la historia de las votaciones en Cataluña. Hasta el estatuto tuvo mayor participación, un 49,41%.

Para nada se corresponde el estado de sugestión colectiva de vías y uves que TV3 convierte en la realidad catalana con el contraste de los resultados. El secuestro de la realidad es evidente. Hay una Cataluña silenciosa o silenciada que ha dado la espalda al proceso. Los números cantan: de los 6.228.531 ciudadanos que podían votar, sólo lo hicieron 2.305.290, de los que únicamente 1.861.752 lo hicieron por la secesión. Dicho de otro modo, en un hipotético referéndum legal, los separatistas representarían al 29,89% de los ciudadanos con derecho al voto según sus reglas. Repito, según sus reglas, sin contar que estas permitían votar a mayores de 16 años, extranjeros sin nacionalidad, voluntarios independentistas controlando el proceso, sin interventores, con propaganda en los recintos de votación, sin censo, sin garantías en el recuento y con cualquier documento exótico para votar, como pasaportes o DNI de los países catalanes, niños votando, dobles votaciones y pucherazo final con un recuento hasta el día siguiente, altamente sospechoso.

El resto de datos es irrelevante. Que ganara el sí a la independencia con el 80,76% era lo normal. Sólo votaban ellos. Pero hasta en eso les aguaron la fiesta 104.772 ciudadanos con humor para decir no a su arrogancia. Un simbólico 4,54%.

Un revés más para el relato victimista: pudieron desahogarse sin que el Estado les diera oportunidad alguna para montar un drama. Las caras alicaídas de los mercenarios de la información de TV3 lo decía todo. Sólo la capacidad teatral de Mas y su interés personal en el desenlace final, le puso aire de triunfo a la farsa.

Remarcado el fracaso separatista, lo más trágico de ayer fue comprobar la inexistencia del Estado en Cataluña. Hasta Carmen Forcadell se atrevió a decir ufana y soberbia: "Las leyes españolas no nos dan miedo, hemos desconectado de España". Ignoro si hubo o no acuerdo entre Rajoy y Artur Mas, pero ayer el Astucias dejó en ridículo a las instituciones democráticas españolas, demostró que el Gobierno de la nación no se atreve a imponer el imperio de la ley y el juez de guardia prefirió hacer política a aplicar la Constitución. Eso es todo.

Resulta enternecedor el "Us estimem i volem viure amb vosaltres" del secretario general del PSOE. Siempre hay algún iluso de última hora que aún no se ha dado cuenta de que prefieren nuestro desprecio a nuestra condescendencia. A los niños consentidos se les exige respeto y reciprocidad, no se les rinde pleitesía desde algún complejo de culpa interiorizado por décadas de chantajes emocionales. Libres e iguales, Pedro, libres e iguales, como el resto de los españoles. Sin paños calientes.

PS: Es la hora de dar la batalla por la hegemonía moral o, como dice el sociólogo Pau Mari-Klose, la batalla por la hegemonía epistémica.

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