La política española no se hace en la puerta de Tannhäuser, ni más allá de Orión -por mucho que a veces parezca cosa de extraterrestres- pero aun así, he visto y oído muchas machadas que se pierden en el tiempo como lágrimas en la lluvia. La jactancia suele ser el síntoma que las preludia. Creo que hay una relación directamente proporcional entre la arrogancia con que se hace un discurso y las probabilidades de que se incumpla. 2014 se despide con el solemne juramento socialista de que nunca, ni ahora ni después, habrá un pacto entre PSOE y PP. Quiero pensar que los autores de la sentencia -varios, simultáneamente y en lugares distintos- pensaban para sus adentros mientras la pronunciaban: "Y cuando digo nunca quiero decir por ahora". De otro modo habría que poner en cuarentena su salud mental. ¿De verdad hay alguien capaz de identificar algo que con toda seguridad no se vaya a producir en España a corto o medio plazo? En tal caso tiene más futuro en la quiromancia que en la política.
Contemplemos sólo algunas hipótesis nada desdeñables de lo que puede pasar. Primera: si Podemos ganara las elecciones y quisiera hacer la revolución bolivariana, con el consiguiente menoscabo de las libertades que mal que bien aún tenemos en España, ¿de verdad se negaría el PSOE a firmar un pacto con el PP que lo evitara? Segunda: si ganara el PSOE por la mínima y necesitara del PP para gobernar, ante una eventual negativa de Podemos a consolidar en el poder a un partido de la casta, ¿se negaría a alcanzar acuerdos razonables? Tercera: Si la victoria mínima cayera del lado del PP y el Rajoy de turno planteara el proyecto de seguir como hasta ahora, sin ningún giro apreciable en su acción de gobierno, ¿se negaría el PSOE a exigir un acuerdo que le impusiera un cambio de actitud, reforma constitucional incluida, para evitar que la amenaza de Podemos siguiera creciendo en la oposición hasta hacerse apabullante? Si las respuestas a estas preguntas son afirmativas, insisto, lo mejor que nos puede pasar es que algún loquero tumbe en el diván de su consulta a los capitostes socialistas. Y si son negativas, como espero, ¿a qué viene la petulancia del nunca jamás?
Pero es que, además, la cuestión de fondo no depende sólo del paisaje postelectoral, que como se ve admite variantes muy diversas, sino de la identidad de los protagonistas que lo pueblen llegado el momento. No es lo mismo que la cabeza visible del PSOE sea Pedro Sánchez, empeñado en alzar una barricada en el flanco izquierdo de su partido para cortar la hemorragia de tránsfugas hacia Podemos, o que sea Susana Díaz, parapetada en el discurso de que España es lo más importante y por lo tanto aparentemente dispuesta a abrir caminos forestales por donde puedan llegarle en tropel los desencantados del PP.
Tampoco sería lo mismo, por otro lado, que en el PP siguiera siendo Rajoy quien cortara el bacalao a que fuera otro distinto. No sé quién. Y como no lo sé, tampoco sé cuál sería la diferencia entre ambos. Pero lo cierto es que la habría. Y lo probable, que la habrá. No es un juego de palabras. Lo que trato de decir es que salvo en el caso de que ganara con una solvencia insospechada, es harto difícil que Rajoy pueda seguir en su puesto de archipámpano de la derecha. Si pierde, aunque sea por un solo escaño de diferencia, la derrota le mandará de una patada al registro de Santa Pola. Y si gana por poco, sus eventuales apoyos parlamentarios le exigirán que se haga a un lado y designe a un interlocutor menos abrasivo. Felipe González ya intentó hacer algo parecido en 1996, cuando Polanco exigió en su nombre que fuera Gallardón el presidente del Gobierno. En aquella ocasión Pujol acudió en socorro de Aznar en una suite del hotel Majestic -de aquellos polvos vienen estos lodos-, pero ahora una hipotética coyunda entre Mas y Rajoy se antoja tan disparatada, no mucho más, desde luego, que la reencarnación de los dinosaurios.
Así que si el espacio escénico, el libreto de la obra y los actores del reparto están por decidir, ¿por qué se empeñan los visionarios de turno en decirnos lo que no va a pasar ni ahora ni nunca, sin saber siquiera si van a ser capaces de impedir que pase lo que repudian? Supongo que por pura táctica. No encuentro otra respuesta. En Ferraz creen que la conjetura de un pacto a la alemana es neutra para el PP pero perjudica al PSOE. A su juicio, según explicaba Anabel Díaz en El País ayer domingo, la percepción de que el PSOE puede ir del brazo del PP "llenaría las urnas de votos hacia Podemos" porque colocando a populares y socialistas del mismo lado -razonan- Pablo Iglesias se convertiría en la alternativa de gobierno. De ahí la contundencia con que varios dirigentes socialistas, además de Sánchez, se han empleado durante las últimas horas en descalificar la cábala maldita. Guillermo Fernández-Vara dijo que pactar con el PP supondría liquidar 125 años de historia del PSOE. Y Ximo Puig, desde la bellísima fortaleza amurallada de Morella, donde Cabrera se arriscó para combatir a los liberales durante la guerra carlista, pareció dispuesto a emular al tigre del Maestrazgo si esa fuera la única manera de evitar que la idea pactista prosperara. "Además de ser una mala idea mala para España -dijo-, sólo pretende hundir a mi partido." Ya veremos si tanta contundencia retórica sobrevive al escrutinio electoral.
Una de las conclusiones que cabe sacar de toda esta historia de negaciones, o por lo menos la que a mí más me ronda la cabeza, es que vivimos un tiempo raro donde puede mucho más lo negativo que lo estimulante. Sólo sabemos a ciencia cierta lo que no queremos que pase. De otros proyectos mejores seguimos sin noticia alguna. El no al pacto PP-PSOE no es canjeable por el sí a otra idea razonable. En el mercado político apenas quedan canjes favorables. Muchos de los que van a votar al PP lo harán porque no quieren que gane Podemos. Muchos de los que van a votar a Podemos lo harán porque no quieren que el cotarro nacional siga así de chapucero. Muchos de los que van a votar al PSOE lo harán porque no quieren que el guión de la izquierda caiga en manos radicales. No creo que haya una España ilusionada en torno a un proyecto común tratando de abrirse camino entre el óxido de las tuberías del antiguo Régimen. Más bien creo que hay una España hastiada tratando de cargarse la instalación de fontanería. En la transición, lo nuevo se impuso a lo viejo de acuerdo a un plan que concitó el consenso social de unos y otros. La demolición formaba parte de la reforma. Ahora, en cambio, la reforma se reduce exclusivamente a la demolición.