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Santiago Abascal

Vox declara la guerra al consenso relativitista

Los españoles necesitamos y queremos otra democracia. No una dictadura de partidos.

Este sábado un millar de militantes y simpatizantes de Vox abarrotaron de nuevo el Teatro de La Latina de Madrid, pero no con la actitud templada y a la expectativa de otras ocasiones, sino en un ambiente caluroso y de valentía desatada frente a los mercaderes del miedo y de la corrección política. Vox ha clarificado su mensaje en estos meses y eso se nota en la ilusión de sus militantes y votantes, que aún será poca para combatir el mensaje perverso que ya parece pactado por Rajoy y Pablo Iglesias porque ambos lo pronuncian literalmente. Según ellos sólo hay dos opciones: o el PP o Podemos. Ambos se encuentran cómodos en el mensaje del miedo, ofreciendo un rácano menú electoral que deja escuálida nuestra democracia; o el miedo a lo nuevo o que el miedo cambie de bando. Somos millones los españoles que no aceptamos esa elección envenenada y funesta entre corruptos y comunistas y que tenemos opciones decentes; pero es que además esa supuesta elección no es tal porque tanto Rajoy como Iglesias han aceptado la dictadura relativista y el consenso en torno a lo peor.

Desde hace unos años, el consenso socialdemócrata, el consenso autonomista y el consenso multicultural en el que se mueven todos los partidos del sistema y algunos de los nuevos nos ha ido imponiendo un campo de juego cada vez más estrecho en el que ya no se pueden decir o pensar algunas cosas so pena de ser expulsado del campo. Pero ese paradójico consenso incluía un principio aún más paradójico: el relativismo moral o intelectual. Hay consenso en que todo es relativo. Salvo criticar el relativismo.

Por eso el consenso de la transición ha ido bien acompañado de la dictadura del relativismo, que impuso su terrible doctrina; la de que no hay diferencias entre el bien y el mal, entre lo bello y lo feo, entre la verdad y la mentira. En definitiva, toda vale, salvo criticar el todo vale.

Los españoles necesitamos y queremos otra democracia. No una dictadura de partidos. No un parlamento de relativistas que sólo creen en sus propios intereses. No unos medios mansos con el poder, que cobardean en tablas ante el estoque de la publicidad institucional, que les ha dejado moribunda su libertad. Entre todos ellos, y para su propio beneficio, han querido hacernos creer que el delincuente merece los mismos derechos que el ciudadano honrado, y el terrorista igual que su víctima. Han querido hacernos creer que da igual ganar el dinero con esfuerzo que especulando, que el alumno tiene igual autoridad que el profesor, que un feto humano vale menos que un perro, que da igual quién nos hiciera tanto daño el 11 de Marzo, que es tan lícito defender la nación como querer romperla, que tan respetable es el localismo como el proyecto común; y han querido hacernos creer, en definitiva, que da igual la civilización que la barbarie.

Lo vemos en los colegios: los niños pasan de curso aun suspendiendo asignaturas. Lo vemos en las competiciones infantiles: hay medalla para el primero y para el último. Y ya de mayores lo vemos en la política. Da igual respetar la ley que incumplirla. Porque no se persigue al delincuente. Lo vemos en Cataluña con el impune y sedicioso Artur Mas, tratado con todos los honores por todas las autoridades del Estado

Parece que hubiéramos buscado emular el popular tango "Cambalache", que decía:

Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor,
ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador.
Todo es igual. Nada es mejor.
(…)
¡No pienses más,
sentate a un lao,
que a nadie importa si naciste honrao!
Si es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura,
o está fuera de la ley…

En definitiva, nos han querido convencer de que todo es igual, de que nada es verdad, nada suficientemente importante, nada demasiado respetable, nada sagrado, y que todo está permitido: atacar el honor de las personas, humillar los símbolos patrios u ofender los sentimientos religiosos. Todo menos hablar con claridad, todo menos decir que existe la verdad, el bien y la belleza. Todo menos impugnar su consenso relativista.

Eso es lo que Vox va a aportar a partir cada día con más fuerza, porque abrazamos la convicción de que todos tenemos el deber de conocer y decir esas verdades que a veces sólo se susurran entre amigos o en una sobremesa confidencial. Debemos impedir que nos engañen más, y dejar también de engañarnos a nosotros mismos.

Lo que nosotros no hagamos, nadie va a hacerlo por nosotros.


Santiago Abascal, presidente de Vox.

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