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Antonio Robles

¿Crimen horrendo o mala conciencia?

Las imágenes distribuidas por You Tube del piloto jordano Muaz Kasasbeh quemado vivo han provocado una indignación generaliza en el mundo.

Las imágenes distribuidas por You Tube del piloto jordano Muaz Kasasbeh quemado vivo han provocado una indignación generaliza en el mundo. ¿Fue el horror de la muerte? ¿Quizás su retransmisión? ¿O la decisión intencionada de enjaularlo, rociarlo con gasolina, prender el reguero de líquido inflamable y filmarlo para transmitirlo por internet con frialdad y alevosía? ¿Qué ha sido, cuál ha sido la causa de la indignación generalizada y esa sensación de habernos dado de bruces con la crueldad más insoportable?

Es inquietante. La muerte de un solo hombre ha conmovido y provocado más repercusión que la de miles producidas en el mismo escenario de guerra. ¿Por qué su existencia ha pasado desapercibida para esta sociedad occidental y no la otra? Tenemos constancia de su existencia; cada día aparecen en nuestras portadas. Ni siquiera tenemos la disculpa de haber dejado de leer prensa escrita, todos los telediarios nos dan cuenta de ellas.

Deberíamos preguntarnos por qué. No es una anécdota, mera curiosidad o extrañeza, una ocurrencia para completar un artículo. Su causa nos dice mucho de cómo somos y de cómo sentimos. O pasamos. Y por lo mismo, de cómo actuamos.

Ante escenarios morales como éste el conocimiento intelectual, científico, conceptual, aquel que hemos logrado alejar de las emociones, pasiones o sentimientos humanos para hacerlos neutrales y objetivos, no parecen servir para captar la existencia en su plenitud. La estadística de 100 muertos de tráfico en un fin de semana conmueve menos que una sola imagen de uno solo de ellos. Y si es de alguien cercano, la conciencia del dolor lo hace mil veces más real. Y su dolor también.

Ya se había producido el mismo horror colectivo y su movilización moral con las imágenes del pasado atentado contra la revista Charlie Hebdo en las que un yihadista remataba en el suelo a un policía. El mal de ese atentado se multiplicó al infinito por ese acto cruel. Los medios lo sabían, y por ello lo repetían hasta la náusea. La arbitrariedad y el desprecio por la vida de un semejante encogía el alma, y un resorte morboso entre la indignación y el espectáculo nos llevaba a visualizarlo de nuevo. Una y otra vez. El horror residía en las imágenes, no en el acto en sí. Crímenes como ese hay a miles, pero no sus imágenes.

Dos reflexiones. La primera. Si los ciudadanos corrientes, aquellos que no decidimos la guerra ni planificamos nuestra seguridad, tuviéramos conciencia del mal como lo hemos tenido ante estas terribles imágenes, ¿nos mostraríamos tan indiferentes ante sus consecuencias? ¿Seríamos tan comprensivos, nos mostraríamos tan pacíficos como nos dicta la cultura del diálogo y los sistemas jurídicos más garantistas? ¿Si fuéramos tan conscientes ante el mal como lo hemos sentido ante estas imágenes, sería igual nuestra actitud y nuestro voto el mismo?

Hay algo que me dice que nuestro Occidente acomodado es irresponsable ante el horror del mundo. La muerte de un ser querido, el sufrimiento de los seres cercanos cuando lo pierden de esta manera, ha de ser insoportable. Y si lo es para ellos, ¿cómo actuaríamos, qué decisiones tomaríamos si ese dolor lo sintiéramos nosotros?

¿Habremos de darles las gracias a los yihadistas por hacernos conscientes de nuestra cobardía moral, de nuestra insensibilidad? Puede que no combatamos su horror con la contundencia que se merecen por esa misma irresponsabilidad, puede que no sepamos comprender su abismo por carecer de la empatía suficiente con sus propios muertos. En todo caso, la muerte, la pérdida, la guerra es un mal en sí mismo de la que huyen todos los que la han emprendido en algún momento. Al final, las razones que la emprendieron no cuentan, solo su hastío.

Y a lomos de esta reflexión y a sabiendas de que la retransmisión de estos actos del terror son sus armas más poderosas, ¿es inteligente darles cobertura? ¿Ayudarles a multiplicar su efecto? Por el contrario, ¿es ético disculpar del horror a la gente común, esa que no decide guerras pero decide gobiernos sin la conciencia y responsabilidad de sus efectos?

Occidente se ha acomodado demasiado, vive en una adolescencia inducida. Nuestra tecnología no nos salvará finalmente de nuestra propia cobardía. La moral y la vital.

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