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Luis Herrero

Señales de humo

¿Cómo se puede comunicar hacia fuera lo que no se sabe comunicar hacia dentro?

Una extraña procesión de sambenitos del PP, con sus cabezas de huevo ocultas debajo de capirotes encarnados, se han dejado ver esta Semana Santa de resaca penitencial, tras el calvario de las urnas andaluzas, con el anuncio salvífico de que hay vida más allá del 24 de mayo. Mientras los costaleros sacaban a la calle los pasos de la imaginería de la Pasión, ellos aventaban en la prensa que habían descubierto la causa de la agonía electoral del partido. Ya pueden estar tranquilos en Génova. Esta pascua de resurrección nos trae el anuncio de que comienza una nueva vida, redimidas ya las culpas de la vida anterior, directamente orientada a disfrutar de las mieles del paraíso, es decir, del poder, porque en política no hay cielo sin poltrona ni recompensa sin acceso al BOE. Tras dos semanas rascándose la cabeza, los fontaneros de la cofradía de las grandes soluciones han llegado a la sesuda conclusión de que los votos les han vuelto la espalda en las urnas del sur y en las encuestas de los otros tres puntos cardinales por culpa de una desafortunada política de comunicación. Pero todos tranquilos, añaden henchidos de esperanza, porque a partir de ahora, una vez corregido ese pequeño desajuste mediante una nueva política informativa más próxima, didáctica, cercana y eficaz, el flujo de los votos volverá a ser tan copioso como antes. Todo lo que hay que hacer es conseguir que llegue a oídos del ciudadano el relato completo de lo que el Gobierno ha hecho bien desde que Rajoy preside el consejo de ministros.

No sé qué es más deprimente, si volver otra vez al lugar común más frecuentado por los partidos que se desangran sin saber dónde está la herida que les lleva a la derrota o constatar que todavía hay gente que se toma en serio la peregrina teoría de que la culpa de los males del Gobierno no la tienen los males del Gobierno sino la frustrante incapacidad de una panda de mentecatos a la hora vender como Dios manda una estupenda gestión mal publicitada.

–Carmen, por favor –supongo que le habrá dicho Mariano Rajoy a la secretaria de Estado de Comunicación después de escuchar el consejo salvífico de los sambenitos de los capirotes encarnados–, hay que hacer un esfuerzo adicional en este final de legislatura para que los ciudadanos entiendan todo lo que este Gobierno ha hecho por ellos sin que los muy burros se hayan dado cuenta.

–Sí, presidente –supongo que le habrá contestado, aquiescente y reverenciosa, Carmen Martínez Castro.

Y eso que mira que aún me cuesta imaginar a Carmen aquiescente y reverenciosa. Antes de convertirse en una gallina ponedora de bolas negras, Martínez Castro era una periodista estupenda. Doy fe. Fue mi subdirectora en la Cope, primero en La Linterna y después en La Mañana, durante más de una década consecutiva. Me la recomendó Antonio Herrero, que es tanto como decir que me la impuso, con el argumento imbatible de que Carmen había sido la única redactora, durante su etapa como director de informativos de Antena 3 de radio, capaz de llevarle la contraria en público. "Eso es lo que tú necesitas –me dijo–, alguien que no te baile el agua y que sea capaz de ponerte la pilas". Y así fue. Sería muy injusto si no reconociera que durante los diez años que trabajamos juntos respondió siempre a ese perfil de rara avis que concibe la lealtad como la confianza de decirte lo que piensa, bueno o malo, erigida en norma. Lo de después ya lo entiendo menos. Debe de ser que la lealtad funciona como lo del amor: un clavo quita otro clavo.

La Carmen que yo conocí no era aquiescente y reverenciosa. Y, desde luego, si no hubiera cambiado tanto por esa extraña maldición con que el poder hiere a la condición humana, el diálogo imaginario con Rajoy no hubiera transcurrido como he conjeturado antes. Hubiera sido radicalmente distinto. Poco más o menos, parecido a este:

–Carmen, por favor, hay que hacer un esfuerzo adicional en este final de legislatura para que los ciudadanos entiendan todo lo que este Gobierno ha hecho por ellos sin que los muy burros se hayan dado cuenta.

–¿Y qué es exactamente lo que este Gobierno ha hecho por ellos, presidente? ¿Qué quieres que vendamos, aparte de la recuperación económica con que los telediarios de la televisión pública, los editoriales de los periódicos afines, los comentarios de los contertulios amiguetes y las portadas de las webs patrocinadas machacan de sol a sol a los sufridos ciudadanos? ¿Te parece bien que vendamos tu humildad para pedir perdón por incumplir lo que prometes? ¿O la vehemente campaña de renovación de hábitos prehistóricos con que el PP trata de ganar la batalla de la regeneración democrática? ¿O la fiereza con que este Gobierno defiende la prevalencia de los principios? ¿O el cariño con que tratas a las víctimas? ¿O la simpatía con que huyes de la altivez, del plasma o del incómodo discurso de los pesimistas?

–Carmen, por favor…

–¿Qué le decimos a los votantes que ya no nos votan, presidente? ¿Que son estúpidos porque no te soportan? ¿Que son más libres porque cada vez tienen más países a los que emigrar en busca de un futuro mejor? ¿Que la idea de España está más a salvo que nunca? ¿Que tienes cola de líderes políticos deseosos de pactar contigo después de las elecciones? ¿Que hemos garantizado la continuidad de un sistema educativo capaz de sobrevivir a la alternancia? ¿Que hemos puesto a salvo el régimen del 78 desenmascarando la endeblez de la nueva hornada política que viene con ánimo de barrernos del mapa?

–Carmen, por favor…

–No, espera, presidente, creo que podemos vender que la política ya no interfiere en la justicia, que la televisión pública es de todos, que los gerentes de los partidos tiemblan de miedo ante la eficacia fiscalizadora del Tribunal de Cuentas, que nunca más habrá otro escándalo como el de las preferentes porque la CNMV ha caído en manos de profesionales sin carné y que al parlamento llegan cada vez con más rapidez los debates que de verdad preocupan en la calle…

–Carmen, por favor…

Está bien. Reconozco que tal vez me haya pasado un poco de la raya y que ni siquiera mi heroína de la Cope se hubiera atrevido a llegar tan lejos. Este tipo de diálogos sólo se dan en la ficción. He visto alguno parecido en capítulos aislados de Borgen, El Ala Oeste de la Casa Blanca o Madame Secretary. Las costumbres del PP son distintas. Pasado mañana, sin ir más lejos, se reúne la Junta Directiva Nacional después de dos años de asueto. El orden del día no puede ser más atractivo: autocrítica masiva, corrección de errores ante la presión de barones cabreados y candidatos deprimidos y relanzamiento del partido de cara a las elecciones municipales. Si esto fuera un guión de Sorkin, la tesitura de enfrentarse a la embestida de seiscientos notables del partido en pie de guerra tendría a Rajoy sin pegar ojo durante tres días. Pero, por fortuna para él, esto no es un guión televisivo. Es la dulce realidad y, en ella, Rajoy puede dormir a pierna suelta. En la reunión de la ejecutiva que se celebró al día siguiente del tortazo andaluz pidió intervenciones después de su discurso inicial y en vista de que los presentes, que eran menos que los ausentes, guardaban un silencio sepulcral acabó implorando en voz alta: "Que hable alguien, por favor".

¿Cómo se puede comunicar hacia fuera lo que no se sabe comunicar hacia dentro?

¿Una nueva política de comunicación? Sí, tal vez con señales de humo.

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