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Antonio Robles

La edad de la inocencia

Vivimos en la edad de la inocencia. Nuestros adolescentes no son culpables, ni siquiera responsables, sólo víctimas de una sociedad que los desquicia.

El pasado lunes se ha cometido un crimen en un instituto de enseñanzas medias de Barcelona. Han leído bien, crimen.

La evidencia era fácil nombrarla, pero los medios prefirieron referirse a él como "tragedia", "fatalidad", “un cúmulo de circunstancias adversas”, “brote psicótico”. Cualquier cosa, menos "crimen". Vivimos en la edad de la inocencia. Nuestros niños, nuestros adolescentes no son culpables, ni siquiera responsables, sólo víctimas de una sociedad que los desquicia. Víctimas de un sistema depredador y despiadado. Pobres criaturas.

La Logse destrozó el sistema educativo por los mismos errores que el Código Penal considera a un niño menor de 14 años inimputable. Curiosa ciencia jurídica. Los mismos niños que tienen capacidad para hacer bullying a un compañero, maltratar a su madre, insultar a su profesora y no hacer otra cosa de provecho que vegetar en el sistema educativo a cargo del erario público, carecen de la responsabilidad para hacerse cargo de las consecuencias de sus actos.

El principio moral por el cual se concibe que un menor de 14 años no puede ser imputado por un abuso o un crimen está inspirado en la inconsciencia del alcance de sus actos. Bien, si es así, ¿por qué 14 años y no las circunstancias, las intenciones o la ausencia de empatía o mala conciencia? ¿No debe ser contemplada la posibilidad de que un chico de 18 años sea incapaz de discernir el bien del mal y uno de 13 despliegue un plan frío y racional para perpetrar una venganza o un crimen? O, por ser más directo, ¿nuestro sistema penal contempla la figura de un sicario de 12 años utilizado por narcotraficantes como seguro penal para llevar a cabo crímenes o ajustes de cuentas?

El crimen del que ha sido víctima el profesor Abel Martínez en el IES Joan Fuster de Barcelona no es la consecuencia de nada, sólo una anomalía. Desde 2008 es el primer y único crimen en España de un menor de 14 años. O sea, un verdadero accidente a nivel de estadística sociológica. Pero ha tenido la triste virtud de volver a sacar a la luz la violencia escolar denunciada tantas veces, por tantos profesores, durante los últimos 25 años. Salvado este hecho puntual, esa es la verdadera tragedia. Bandadas de niños consentidos incapaces de hacerse cargo de sus obligaciones y responsabilidades delatan la frivolidad de miles de padres en su educación. Son los hijos de la Logse, aquel sistema rousseauniano que consideraba que el hombre es bueno por naturaleza. Ni habían leído en su contexto el Emilio de Jean Jacques Rousseau, ni han leído La tabla rasa de Steven Pinker, ni han reparado en que la cultura que nos ha civilizado, antes que ninguna otra cosa, es coercitiva, es decir, nos pone límites.

Más allá de este crimen inesperado, miles de profesores sufren la mala educación, la agresividad, los insultos, las agresiones, la insolencia, las amenazas de adolescentes consentidos, malcriados, incapaces de encajar la más mínima frustración o hacer el más mínimo esfuerzo. Tengo 34 años de experiencia en las aulas. En mi labor docente me he cruzado con adolescentes y jóvenes mal encarados, nada que no se pueda gestionar y mejorar; pero en ningún caso he conocido joven alguno que no tenga conciencia de sus actos. Sobre todo cuando tienen que asumir sus consecuencias. Por una rara clarividencia, en los momentos del castigo, el malcriado adquiere de golpe una pasión inusitada por la justicia, y exige con virulencia al sistema lo que nunca se exigió a sí mismo.

El contexto social y la psiquiatría pueden explicar muchas cosas, pero jamás le podrán devolver la vida a Abel Martínez.

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