En los últimos días algunos medios han recordado un artículo publicado por Oriol Junqueras en Avui en 2008 en el que, basándose en un estudio médico realizado en un hospital holandés, el dirigente separatista mencionaba, entre otras cuestiones, el hecho de que los españoles están, al parecer, más próximos genéticamente a los portugueses que a los catalanes.
¡Qué falta de consideración hacia sus aliados vascos meterlos en el mismo saco que los demás españoles! ¡Con lo que siempre han presumido de peculiaridades zoológicas los discípulos de Sabino! Así lo recogió en 1919 el novelista bilbaíno Manuel Aranaz:
"Quitéis las boinas y tocarvos un poco por la parte de arriba. Aplastao tenemos el serebro igual que un plato, de la costumbre que nuestros antepasaos tenían de llevarse piedras grandes de un lao pa otro cuando se vivían en las cavernas. Toquéisvos también el cocote. Como salido pa fuera tenemos y más desarrollao que los españoles. Las narises, también, mucho más largas nos tenemos".
Pero no fue Aranaz precisamente la voz de la ortodoxia, pues se trató de un feroz ridiculizador de las obsesiones antropométricas tan gratas al nacionalismo vasco en aquellos días. El erudito Telesforo de Aranzadi, por ejemplo, escribió que la posición de la cabeza sobre la cerviz "en el tipo vasco es, entre todas las razas humanas, la más diferente de los cuadrúpedos. Es decir, la postura de la cabeza y la forma general de la quijada es en el vasco la menos animal de las existentes".
Aranzadi al menos tuvo la virtud de concretar algo más que el bueno de Sabino. Pues cuando éste, tras escribir decenas de artículos mencionando la raza vasca como algo muy diferente de la española –la "raza más vil y despreciable de Europa"–, se decidió a bajar al detalle, limitose a describir a los españoles como inexpresivos, afeminados, torpes, flojos, tontos, vagos, cobardes, serviles, lujuriosos, infieles, pendencieros y poco dados a cambiarse el calzoncillo. Curiosas reflexiones psicológicas, sin duda, pero quizá no muy científicas para menesteres de descripción racial.
Sería un error creer que éstas son obsesiones antiguas, propias de los años iniciales del siglo XX y enterradas por el paso del tiempo. Ahí está para demostrarlo, por ejemplo, el sacerdote Txomin Iakakortexarena –Domingo Jaca Cortajarena antes de su sabinización–, que en 1991 publicó un libro (RH ezezkorra euskaldunetan) en el que sostenía que el famoso Rh negativo de los vascos es un "tesoro que el Creador nos ha ofrecido a los vascos y que nos distingue de todas las demás razas del mundo, una sangre limpia sin el Rh positivo sanguíneo del mono, sangre pura que nos diferencia de todas las demás razas".
Aunque sorprendentemente haya conseguido labrarse una imagen más moderna e intelectual, el nacionalismo catalán no se quedó atras en estos asuntos. Es más: Sabino se llevó la lección bien aprendida de una Barcelona de la década de 1880 en la que comenzaban a difundirse las doctrinas de autores como Pompeu Gener, sostenedor de que los castellanos son retrasados por imperativo atmosférico y de que los catalanes "indogermánicos de origen y de corazón, no podemos sufrir la preponderancia de tales elementos de razas inferiores". Se refería a los castellanos.
Algunas décadas más tarde el sacerdote Cayetano Soler relacionaba el Compromiso de Caspe con la dolicocefalia valenciana y la braquicefalia catalana, mientras el dirigente de Estat Català Daniel Cardona consideraba que la naturaleza separa sin remedio a catalanes y españoles ("Un cráneo de Ávila no será jamás como uno del valle de Vic. La Antropología habla más elocuentemente que un cañón del 42") y el veterinario Rossell i Vilar establecía que los catalanes se distinguen de los españoles por tenerla más larga. La ceja.
Con el paso de las décadas estas efusiones se han aflojado, si bien de vez en cuando se avivan tímidamente los rescoldos de esa obsesión por distinguirse, ya sea mediante la lengua, la ceja, Carlomagno o el ADN mitocondrial, que constituye el núcleo más íntimo y perenne del catalanismo. Las palabras de Junqueras son una manifestación más de ello, al igual que las pronunciadas en su día por, entre otros, Heribert Barrera o Marta Ferrusola, aunque no dejan de ser curiosas estas pulsiones identitarias en quienes llevan décadas subvencionando las asociaciones de Nous Catalans y promoviendo la inmigración magrebí, más fácil, al parecer, de catalanizar lingüísticamente que la hispanoamericana.
Pero ya que comenzamos mencionando aquel estudio genético holandés, no podemos despedirnos sin aportar uno muy parecido realizado por el Servicio de Inmunología del Hospital Marqués de Valdecilla, de Santander, en 1998. Pues, al analizar comparativamente a los habitantes de la Pasieguería –una población rural de unas cinco mil personas–, se llegó a la conclusión de que los pasiegos se encuentran genéticamente más cercanos a daneses y polacos que incluso a sus paisanos montañeses y al resto de los españoles. He aquí pues, un pueblo diferenciado desde el punto de vista racial. Además, en su habla, costumbres y arquitectura popular también tienen sus matices. ¿Habrán de tener derecho a decidir, a su propio ámbito pasiego de decisión y, por lo tanto, a independizarse de España?
Disparates pasados y presentes aparte, todas estas cuestiones son sin duda apasionantes desde el punto de vista antropológico. Y, por supuesto, merecen estudio y respeto. Pero ¿alguien podría explicar, por favor, cuál es su conexión con la política?