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La persistente ceguera voluntaria

Es iluso pensar que, muerto Mas, se acaba una rebelión institucionalizada cuya fuerza anida en la temeraria y amnésica pasividad a la que se enfrenta.

Recuerden lo que muchos comentaristas decían para asegurarnos que el proceso secesionista catalán, iniciado en la Díada de 2012, no pasaría de diciembre de 2013. Recuerden también lo que, en octubre de 2014 y con titulares de portada tales como "La Ley doblega a Artur Mas", "La ley vence a Mas", "Mas se rinde", la prensa madrileña decía para dar, por fin, por sofocado el desafío separatista.

Consumado el golpe de Estado institucionalizado en forma de ilegal consulta secesionista el 9 de noviembre de 2014, recuerden también cómo muchos de estos mismos comentaristas pasaron a argumentar, con el objetivo de quitarle trascendencia, que los separatistas ya no irían a más.

Tras las elecciones autonómicas catalanas de este año, recuerden cómo muchos se aferraron a la falta de mayoría absoluta de Junts pel Sí para descartar un nuevo desafío institucional al Estado.

A finales del mes pasado, cuando los separatistas no dejaban que pasaran ni veinticuatro horas desde la constitución del nuevo Parlamento regional para perpetrar el siguiente paso en forma de resolución en pro de "la creación del Estado independiente en forma de república", buena parte de nuestras élites políticas y mediáticas optó por sufrir un golpe de amnesia y simular que el desafío secesionista a nuestra nación y a nuestro ordenamiento jurídico -proceso que no por gradual deja de ser golpista y viceversa- empezaba ese mismo día y no hace tres años. Así las cosas, unas intactas esperanzas volvieron a situarse en un nuevo pronunciamiento del Tribunal Constitucional.

Llegado este jueves el pronunciamiento del alto tribunal, el infundado optimismo de nuestras élites mediáticas y, sobre todo, políticas se mantiene; no tanto en una resolución judicial al que las autoridades catalanas, como es costumbre, ya han mostrado su público desacato, sino a las innegables dificultades que tiene Mas para ser investido presidente. Pero eso es tanto como pensar que, muerto Mas, se mata la rabia secesionista que, con la decisiva condescendencia y financiación de Madrid, los nacionalistas han extendido por Cataluña. Tipejos para relevar al molt honorable y presunto delincuente que todavía preside la Generalidad de Cataluña los hay a montones. Es iluso pensar que, muerto Mas, se acaba una rebelión institucionalizada cuya fuerza anida en la temeraria y amnésica pasividad a la que se enfrenta.

Puestos a pensar en Artur Mas, más valdría preguntarnos qué fue de ese juicio que, gracias al dimitido Torres Dulce, que no a Rajoy, se emprendió hace unos meses pero que todavía sigue sin dictar sentencia.

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