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Jesús Fernández Úbeda

¡Vargas Llosa, a la hoguera!

A un escritor no le pido que camine sobre las aguas o multiplique los panes y los peces, sino que me haga disfrutar con su trabajo.

A un escritor no le pido que camine sobre las aguas o multiplique los panes y los peces, sino que me haga disfrutar con su trabajo.

Confieso que, el pasado jueves, vi durante un rato el programa vespertino de Mamen Mendizábal en La Sexta. Hablaban de los papeles de Panamá, participaba la periodista Elisa Beni, y ésta abogaba por perseguir y señalar –no sé si empleó, en concreto, estos significantes, pero sí estos significados– a quienes aparecen en estos documentos no sólo desde un punto de vista jurídico, cosa que me parece muy bien, sino también social. Como incitando al acoso/escrache, que ya se sabe que el término varía si el afectado es o no edil de Podemos. El ladrido –con perdón– de la contertulia sonó tan estruendoso que hasta el jefe de investigación del canal de Planeta, Manuel Marlasca, le preguntó que si lo que quería era hacer hogueras con los libros de Vargas Llosa o las películas de Almodóvar.

Beni no respondió con un "no" rotundo. Eso me asustó. Una vez, Andrés Calamaro me contó que "la corrección política es el némesis de la cultura, el arte y los intelectuales". En este sentido, también escuché a Loquillo declarar: "Tanta corrección política nos va a llevar a que lo prohíban todo". Al primero le insultan por proclamar su amor a la tauromaquia; al segundo, por criticar al separatismo catalán. Tengo la sensación de que la "policía de lo correcto" (Bunbury; perdón por tanta referencia rockera) se ha constituido en un cuerpo extraoficial y sólido, que primero divulgó ideas, después sembró malas semillas –con la pasividad y/o el abono de las instituciones– y, ahora, bien sea desde un plató de televisión, bien desde una red social, aboga por la persecución, el boicot y la censura.

Y cada vez son más, sirva la metáfora, las cabras que tiran por este monte.

Hace un mes estuve en la Topografía del Terror, en Berlín. El edificio se ubica en la antigua sede de la Gestapo, la Policía Secreta del Estado nazi. Es un lugar que abruma y acongoja. Entre sus numerosas fotografías, me llamó mucho la atención una en la que aparece una quema de libros. ¿Será ese el siguiente paso de la "policía de lo correcto"? Todo absolutismo/totalitarismo/autoritarismo –ni siquiera la Iglesia, en este sentido, está libre de pecado: recuerdo el Index librorum prohibitorumha señalado, condenado y, en ocasiones, asesinado, a no pocos escritores, músicos, pintores y demás artistas por su "nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social" (de eso nos protege la Constitución española de 1978, según reza su artículo 14). Yo no digo que lo políticamente correcto se vaya a manchar las manos de sangre, mas me asusta ese empujón permanente al abismo del silencio, ese intento de asfixia constante al disidente.

Que si Félix de Azúa ha dicho tal, que si Vargas Llosa ha hecho cuál…, ¿y qué, desde un punto de vista en exclusiva literario? A un escritor no le pido que camine sobre las aguas o multiplique los panes y los peces, sino que me haga disfrutar con su trabajo. Rimbaud traficó con armas. Knut Hamsun y Céline fueron colaboracionistas nazis. Neruda le escribió una oda a Stalin. Cela fue un censor del franquismo –que, paradójicamente, también fue censurado–. Bukowski y Henry Miller fueron machistas y misóginos. A Hemingway le gustaban –¡pecado mortal!– los toros. ¿Y qué? ¿Creamos una iniciativa en Change.org o un hashtag para que el ministro o consejero de turno prohíba sus obras? ¿Los retiramos de librerías y bibliotecas? ¿Perpetramos una hoguera con sus libros en la Puerta del Sol? ¿Colgamos a los autores vivos sambenitos en plan literal?

Menos mal que nos queda gente como Pérez-Reverte.

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