La penúltima ocurrencia de Ada Colau es un marcador simultáneo con aspecto de parquímetro que en lugar de anunciar goles anuncia muertes: las de los inmigrantes clandestinos que naufragan en su odisea hacia Europa. Ni siquiera Guy Debord, el más feroz crítico de la sociedad del espectáculo, ese “reino irresponsable de la mercancía”, auguró desenfrenos como este carrusel deportivo del humanitarismo.
A semejanza de otras performances de los llamados comunes (meritorio embozo del comunismo realmente existente), el contador pretende aleccionar a la ciudadanía respecto a los valores que deben informarla y, sobre todo, conmoverla. Es fama que la minusvalía moral de los barceloneses requiere un Ayuntamiento que, antes que ordenar el tráfico y proveer a la ciudad de congresos, se erija en pastor de almas.
Así, no hay que descartar que Barcelona se llene de monolitos que vayan dando cuenta de los desahucios que se ejecutan, las lenguas que desaparecen o los felinos que se extinguen. Y, en una segunda oleada, los casos de corrupción del PP, las aperturas de hoteles o los toros asesinados en festejos. Al cabo, a quienes son tan buenos como Colau nunca les basta con serlo, y han de estar siempre recordando lo malos que son los demás.
El manifiesto que acompañaba la inauguración del túmulo decía: “No son números, son personas”, eslogan indiferente a la evidencia de que, sin nombres ni apellidos, la única fosa común, como dan en nombrar al Mediterráneo, es la que ellos patrocinan. En este sentido, nada resulta tan ilustrativo como la convocatoria de prensa que remitió el Consistorio:
El acto de homenaje será conducido por la actriz Àngels Bassas, y en él participarán la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau; el director de la ONG Proactiva Open Arms, Óscar Camps; el periodista palestinosirio Mohamed Bitari y una persona que hizo la travesía por el Mediterráneo.
Sabíamos por Kundera, tantas veces retuiteado por Espada, que no hay nadie más insensible que un sentimental.
La iniciativa presenta, por lo demás, su lado morboso: alguien, en alguna dependencia municipal (¡o un pulcro coworking con Nespresso!), cobrará por ir poniendo al día la cuenta de cadáveres, cargo para el que sugiero, con fervoroso altruismo, el nombre de técnico comisionado en solidaridad interregional. La alcaldesa, por su parte, seguirá ejerciendo como tal, quién sabe si esperando el día en que la feria Arco se rinda al fin a su talento.