Fracasado en las urnas, Iglesias espera remontar su complicada situación con la gresca callejera, un ámbito en el que hay que reconocerle que es más ducho que en el debate parlamentario.
Han convocado los de Podemos, o mandan convocar, que es lo mismo, si no peor, una concentración para que quede claro que a ellos les parece que Rajoy no debe ser presidente del Gobierno. Una lástima que un porcentaje muy importante de los españoles haya considerado lo contrario, pero es que, como ya sabemos, la gente que no es de La Gente no sabe votar.
Quieren tomar las calles, y qué mejor para empezar que las que quedan cerca del Congreso, ya que en Madrid no hay un palacio de invierno, en el de Oriente no hay más que un par de guardas y la Zarzuela queda lejos y es un rollo mandar allí a los compañeros del círculo Podemos Periodismo, y sin salir en La Sexta no mola nada ir tomando las calles.
Ante este tipo de noticias, uno se ve en una disyuntiva. Por un lado está la indignación con estos impresentables dispuestos a poner la violencia encima del tablero de juego de la política al mismo nivel que los votos; el asco profundo y visceral que este tipo de comportamiento genera y debe generar en aquellos que de verdad respetamos la democracia y creemos en los derechos humanos; el rechazo que se siente por que unos mindundis te digan que tu voto –incluya el suyo, querido lector, independientemente de lo que haya votado– no vale para nada. Pero del otro está el contemplar –y disfrutar– lo ridículos que son la mayoría de estos revolucionarios de tres al cuarto, que se creen que va a pasar algo porque cuatro perroflautas se junten y le griten a Rajoy y al PSOE esto y lo otro.
Rebeldes de pacotilla que están convencidos de que están a punto de traernos el paraíso socialista porque tuitean más que nadie entre peta y peta. Hippies pijos dispuestos a sacrificarse por "la gente" siempre no llueva ni haga demasiado frío ni, por supuesto, que la revolución ponga en riesgo el iPhone nuevo que me acabo de comprar o el festival de este fin de semana.
Por supuesto, las intenciones de los que mueven todo este tinglado no tienen nada de inocentes, y no hay que minusvalorar las ganas de esta gente para hacer daño, pero con esa tropa le auguro a Pablo Iglesias menos éxito del que él cree que va a tener, porque no se puede rodear el Congreso hoy y la Apple Store mañana. Así no se toma nada por asalto, chavales.