El espectáculo que está montando el Partido de la Gente en torno a la investidura de Rajoy, en el que sus dirigentes pretenden estar dentro y fuera del Congreso a la vez, contiene todos los rasgos esquizoides que suelen adornar los pronunciamientos políticos de la cosa podemita. Cuando ensuciaban las plazas españolas y boicoteaban conferencias en la universidad pública, los de La Gente tenían plena libertad para organizar asaltos al Congreso, como el que llevaron a cabo en septiembre de 2012. En aquella ocasión lo más destacable, además de los policías heridos por el lanzamiento pacífico de adoquines por una multitud democrática, fue el gesto de la joven que decidió enseñar las tetas para protestar por los recortes de Rajoy. Afortunadamente no aprovechó el destape para reventar una misa; tan sólo meditó en posición de yoga en homenaje involuntario a Rodrígo Rato, otro compiyogui que un año después iniciaría también su particular andadura zen por los juzgados.
Los pablemitas quieren ser gente a secas pero son casta, y además de la peor especie, según su propio criterio. De nada vale que insistan en que los cientos de dirigentes que están colocados en la política solo trincan tres salarios mínimos. En primer lugar, arramblan con todo el sueldo público y la diferencia se la dan a su propio partido, pero en todo caso, ¿por qué iban los de abajo a considerar de los suyos a unos tíos que se levantan mensualmente casi 2.000 euros, tertulias progresistas y salarios iraníes al margen?
La devoción de las bases de Podemos por Iglesias está al nivel de la de los Testigos de Jehová, pero en el seno del movimiento ya han surgido brechas y no es descartable que la facción errejonista abuchee al líder supremo mientras rodea el Congreso. Si eso ocurre, se pondrá de manifiesto el divorcio de la gente y el partido de la ídem, una catástrofe sociopolítica similar a la venezolana que haría necesaria una nueva intervención del Vaticano. No descartemos que durante el asalto al Congreso aparezca el nuncio apostólico con un mensaje de apoyo de Bergoglio y el hisopo de las grandes ocasiones.