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Pablo Kleinman

El Partido Demócrata de EEUU y la República 'Democrática' Alemana

Los ánimos están caldeados en mi país, desde luego; pero existe suficiente evidencia para sostener que el responsable directo no es el presidente Trump.

La semana pasada un amigo de Nueva York, rabioso activista del Partido Demócrata que en su momento donara diez mil dólares de su propio bolsillo a la campaña de Barack Obama; empresario de éxito que durante años se ha dedicado, en parte, a externalizar empleos a la India, me envió un mensaje indignado. Dicho mensaje incluía un artículo que contaba que el presidente Trump decidió devolver al Despacho Oval un busto de Winston Churchill que había sido retirado por Obama. El comentario de mi amigo, increíblemente, decía: "Gracias por darnos a Hitler. Una lástima que lo apoyes".

Tratar de desentrañar la lógica de tan disparatado comentario sería un ejercicio inútil. Tan inútil como ha sido en el pasado reciente todo intento de razonar con este amigo y con muchos otros demócratas cuando se referían al Partido Republicano como el partido del Ku Klux Klan, del racismo y de la segregación. Cada vez que señalaba que el Klan siempre había estado afiliado con su partido, y que fuimos precisamente los republicanos los que abolimos la esclavitud en los Estados Unidos y los que contamos con el historial más distinguido en lo que respecta a la lucha contra el racismo institucionalizado, que el Partido Demócrata apoyó durante la mayor parte de su historia, lo admitían, pero respondían que aquello era el pasado y que el presente es diferente. Algunos, incluso, aludían a una teoría alucinante que dice que en realidad hubo un trasvase de votantes (y de valores) en los años 60 y que "la cosa ahora es al revés".

Así de absurdo como suena, un gran número de votantes se cree el bulo, justificado por los demócratas con que fue uno de ellos, Lyndon B. Johnson, quien firmó como presidente el Acta de Derechos Civiles de 1964. Pero convenientemente se olvidan de que dicha ley se aprobó con un 80% de votos republicanos en la Cámara de Representantes y un 82% en el Senado, frente a un 61% de demócratas en la primera y un 69% en la segunda. Entre los demócratas que se opusieron al fin de la segregación legal en el Sur y votaron en contra había próceres del partido como los senadores Al Gore (padre), J. William Fullbright (posteriormente condecorado con la Medalla Presidencial de la Libertad por Bill Clinton) y el mentor de Hillary Clinton, expresidente pro tempore del Senado y exlíder local (Exalted Cyclops) del KKK, Robert Byrd.

El supuesto trasvase de votantes, que en realidad se trata de una espectacular subida en el apoyo al Partido Republicano en los estados del Viejo Sur, no se debe a que de pronto nos volviéramos racistas, como insinúan los demócratas, sino a que, una vez sepultado el racismo institucionalizado en esa zona del país, numerosos votantes blancos no encontraron otro motivo para continuar votando demócrata. Políticos sureños de ambos partidos renunciaron a sus puntos de vista segregacionistas, tal y como demuestra el hecho de que el propio presidente Johnson votara previamente en contra de leyes antilinchamiento y en favor del impuesto de capitación, que impedía a muchos negros sureños poder votar.

Es en este contexto demencial, en el que mostrar admiración hacia el principal enemigo de Adolfo Hitler hoy en día es ser Hitler y en el que ser miembro del partido antirracista por excelencia te gana el mote de racista, que gran parte de la oposición al nuevo presidente actúa. Así, quienes se denominan antifascistas y progresistas incendian un campus universitario para impedir que un personaje mediático gay y conservador pueda hablar y un famoso cineasta demócrata lo celebra con amenazas a los republicanos. Una famosa comediante, activista demócrata, abiertamente llama a un golpe de Estado militar porque no le gusta el ganador "fascista" de las presidenciales. Los perdedores de las elecciones organizan protestas en contra del nuevo juez de la Corte Suprema sin saber quién iba ser el elegido por Trump y con carteles en blanco para escribir su nombre una vez se hiciera público.

Los ánimos están caldeados en mi país, desde luego; pero existe suficiente evidencia para sostener que el responsable directo de dicha exaltación no es el presidente Trump. La actitud de muchos demócratas debería llevarnos a plantearnos si su partido finalmente ha abandonado los ideales democráticos que dice sostener, o si hoy en día gran parte de sus miembros entienden la palabra demócrata de la misma manera en que lo hacían los líderes del partido que gobernó de manera tiránica en la felizmente difunta República Democrática Alemana.


* Pablo Kleinman, empresario y comunicador, es miembro del Comité Ejecutivo del Partido Republicano en California.

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