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Pedro de Tena

El sacroterrorismo

Lo que ha ocurrido esta Semana Santa en el Sur, sólo en el Sur y menos mal, debe cortarse de raíz en toda España.

Lo que ha ocurrido esta Semana Santa en el Sur, sólo en el Sur y menos mal, debe cortarse de raíz en toda España.

Si bien el terrorismo sin adjetivos parece tener que ver con el uso del terror para obtener fines políticos, ¿cómo llamar a estas manifestaciones de dominación por el terror durante ceremonias religiosas que pueden conducir y, de hecho, conducen a graves alteraciones del orden público que pueden tener resultados de violencia y muerte? Aunque los más reproducidos en los medios de comunicación han sido los incidentes de la "Madrugá" sevillana, ha habido, a menos, otros tres casos de violación del orden público. En Málaga, una pelea provocó una estampida de púbico ante el desfile procesional del Cautivo. En Jerez de la Frontera, un autobús municipal, sin que nadie sepa cómo, se coló en una procesión y una mujer, provista de un micrófono con altavoz, dio una suerte de mitin político-social al paso del Cristo de la Buena Muerte porque, según decía, no sabía cantar saetas. La bronca fue menuda. Afortunadamente, todos los incidentes terminaron sin graves consecuencias, si exceptuamos el cofrade del Gran Poder fallecido por infarto y un herido de consideración de Sevilla. Pero algo ha cambiado.

Toda la Semana Santa en España es una bulla, que no garulla, cívica, con sus reglas no escritas, con la aceptación esencial del derecho de todos, combinación exquisita entre la batahola reglada de la calle y el bullicio natural de una celebración pública. Desde Galicia a Cataluña, pasando por El País Vasco, hasta el Sur por Este,Oeste y Centro, son millones de ciudadanos los que salen confiadamente a las vías públicas y millones los turistas que quieren conocer de primera mano una de las tradiciones más antiguas de la Europa cristiana. Este año, tres acontecimientos muy cercanos en el tiempo, han enturbiado las procesiones seculares: el atentado del puente de Westminster, el estallido de las bombas contra el autobús del Borussia Dortmund y el camión lanzado a toda velocidad en el centro de Estocolmo, Añádanse a éstos otros atentados anteriores también recientes y tenemos ante nosotros el principio de un problema.

Sea niñato-borrokao kale kofradedel equinoccio de primavera de todos los que odian al cristianismo, como acaba de escribir Antonio Burgos, no puede consentirse que crezca y se haga algo más grande. Esto se tiene que terminar aquí. Por respeto a la fe mayoritaria, por consideración hacia una tradición estética-popular española y europea y por interés de la economía del turismo nacional. Muchos ojos, no todos ellos inocentes, habrán comprobado lo fácil que es poblar de terror cualquier Semana Santa de la geografía española, más sencillo aún en pequeños pueblos sin grandes dispositivos de seguridad. Lo que ha ocurrido esta Semana Santa en el Sur, sólo en el Sur y menos mal, debe cortarse de raíz en toda España. Todos debemos poner de nuestra parte para que el terror, sí, terror, que no ha sido otra cosa, no multiplique los calvarios. A los gamberros, código penal, reformado si es preciso y penas efectivas y disuasorias. A los terroristas de oficio, aparato del Estado con todas sus consecuencias y las limitaciones que sean precisas para un buen ejercicio de las libertades. A nosotros mismos y a los demás, exigencia de reflexión y coordinación, desde los profesores que deben explicar bien la historia y el sentido de la misma a las redes sociales, hasta hoy instrumento perfecto para el tuiterror más impune.

El sacroterrorismo, terrorismo que se ceba en las celebraciones religiosas, ya ha empezado. El asesinato de los cristianos coptos en Egipto ha sido la señal. Como dice mi bien amigo García Barbeito dejémonos de darle pelargón al lobo y pongámonos a defender lo que somos y nos constituye como nación.

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