Si la mayor parte de la sociedad palestina no se creyese el discurso autocompasivo, irresponsable, que le ha sumido en la miseria y en el odio desde hace décadas, probablemente diría cosas muy parecidas a las que hoy en día dice Basem Eid.
Basem Eid es un periodista, analista político y activista por los derechos humanos cuyas opiniones muy poco convencionales le han granjeado respeto –y audiencia– no sólo en Israel y entre los suyos, sino en lugares tan distantes como Estados Unidos o Europa.
Tuve la oportunidad de hablar con él durante una reciente visita a España que hizo invitado por ACOM, una conversación en la que no podía dejar de sorprenderme ante un interlocutor de rasgos evidentemente árabes, con el acento inconfundible y la vehemencia amable que uno se encuentra en El Cairo, Amán o la propia Jerusalén, pero que decía cosas que no suelen escucharse entre sus compatriotas.
Cosas como que en todo Oriente Medio no hay ningún país en el que un árabe musulmán –repito: musulmán– pueda vivir más seguro que en Israel, ese estado que es acusado de apartheid día sí, día también por la ONU y otras asambleas de biempensantes. Una verdad que, por mucho que duela a muchos, es terriblemente cierta: ni en Egipto, ni en Siria, ni en Arabia Saudí, Irak o el Yemen, por poner sólo unos ejemplos, un ser humano puede desarrollar su vida con el grado de libertad y seguridad con que cualquiera –judío, musulmán, cristiano o druso– puede hacerlo en Israel.
Basem Eid no habla desde el exilio o el apartamiento: nacido en la Ciudad Vieja de Jerusalén, criado en un campo de refugiados y residente desde hace años en Jericó, su historia no es tan distinta de la de muchos otros palestinos; sólo que a él parece haberle aprovechado más, porque no se ha dejado atrapar por la espiral de autocompasión y odio a Israel en la que sus líderes atrapan a cada nueva generación de los nacidos en Cisjordania o la Franja de Gaza.
Eso no quiere decir que no tenga reproches para una comunidad internacional que le mantuvo "como rehén en un campo de refugiados", o a un Israel que "ha sido quien ha traído este liderazgo horrible y corrupto" a los territorios palestinos.
Pero, por encima de todo, el discurso de Eid es un canto a la responsabilidad y a las posibilidades que tienen los palestinos de decidir su propio futuro, al hecho de que la paz llegará cuando ellos así lo decidan:
La solución al conflicto depende más de los palestinos que de Israel, debemos ser nosotros los que nos despertemos y los que hagamos el cambio, no los israelíes.
Lamentablemente, para eso pueden faltar no años, sino incluso décadas –"Hemos esperado 60 años, podemos esperar 20 más", relativiza Eid–, porque hoy en día no hay alternativas para el liderazgo corrupto del anciano Abás ni a las continuas violaciones a los derechos humanos que los propios líderes palestinos infligen a su pueblo tanto en Gaza como en Cisjordania.
No lo es, pese a su popularidad entre los palestinos, Marwán Barguti. Esto es lo que tiene que decir Eid al respecto:
Está sentenciado a cinco cadenas perpetuas –por cometer otros tantos asesinatos en atentados terroristas–, y si Netanyahu lo soltase se convertiría en alguien muy sospechoso para los suyos, todo el mundo pensaría que hay un pacto secreto, porque Israel nunca aceptará un acuerdo público; y, además, si Israel lo aceptase, sería el propio Barguti el que tendría que negarse.
Descartado el líder de Fatah encarcelado en Israel, para Eid sólo queda una persona con el suficiente peso específico para aspirar a ese liderazgo, Mohamed Dahlán, al que además "podrían aceptar israelíes, americanos, egipcios y también los países del Golfo". El problema es que Dahlán en este momento vive exiliado en Abu Dabi, adonde tuvo que huir por sus críticas a los actuales líderes palestinos.
¿Qué camino tomaría Dahlán de llegar a ese liderazgo? ¿El de la corrupción, la autocompasión y el odio en el que los palestinos llevan instalados desde los años 60, o el de la responsabilidad, la libertad y la paz que propugna Basem Eid?