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Pablo Planas

La lista negra del separatismo

Si el fugado no logra ser investido, nada hace indicar que su sustituto vaya a ser menos obtuso y peligroso.

Si el fugado no logra ser investido, nada hace indicar que su sustituto vaya a ser menos obtuso y peligroso.
Carles Puigdemont y Elsa Artadi | EFE

Después de haber enfrentado y empobrecido a los catalanes, un gran número de dirigentes separatistas se van o se achantan, apelan al realismo y prometen, de boquilla, respetar las leyes. A buenas horas. El principal responsable de haber llegado a la situación actual es Artur Mas, un personaje nefasto en cuyo favor sólo se puede decir que es muy probable que se haya cargado también Convergencia, la fábrica de Pujol que ha sucumbido a la estulticia de la segunda generación. Su sucesor, el funesto Puigdemont, encarna el aserto de que todo en la política catalana es susceptible de empeorar.

Fue a principios de siglo cuando comenzó a fraguarse el núcleo dirigente del presente desastre, con Oriol Pujol, Felip Puig, Artur Mas, David Madí, Germà Gordó, Francesc Homs, Joaquim Forn, Josep Rull y Jordi Turull. En esta explosiva suma de carencias y soberbias se planeó la quiebra de España. A Madí se le atribuye la creación del derecho a decidir, el cachivache dialéctico sobre el que se articuló el golpe de Estado. También le reconocen sus correligionarios el haber logrado para el partido de Pujol el favor ERC y la CUP, el residuo político de Terra Lliure, por la vía de abrazar el puro nihilismo.

Toda esta gente, de muy ilustres y acomodadas familias, iba de sobrada hasta hace nada, chuleándose de que habían engañado al CNI y a la Guardia Civil en la operación Urnas. De hecho, las posibilidades de éxito del proceso se fundaban en la creencia de que el enemigo era y es un país de vagos e incompetentes que se la pasan tirados al sol gracias a los impuestos de los oprimidos catalanes. Tal es el esquema de la panda que se reunía en un Gobierno paralelo que diseñaba la estrategia del adiós a España. Ahí estaban Madí, Homs y Mas, más Puigdemont, Marta Rovira, Turull, Junqueras, los Jordis, el editor Oriol Soler, los republicanos Xavier Vendrell y Joan Puigcercós y algún otro que ahora no conoce de nada a nadie, pero que entonces, hace pocas semanas, ponía pecho palomo al dar los resultados del 1-O en las instalaciones cedidas por el productor Jaume Roures.

Dos factores inciden en el tropezón separatista: el menosprecio a España y un narcisismo patológico. Como no saben hacer nada más, lo volverán a intentar. Puede que Puigdemont se eche a un lado en el último momento. Es especialidad nacionalista apurar los plazos para llegar a acuerdos de mínimos en el minuto final. Nada podía haber peor que Mas y surgió Puigdemont. Ha ocurrido lo mismo con Forcadell y Torrent, el flamante presidente del Parlament que ha ido a Bruselas para hablar en persona con Puigdemont sobre la posibilidad de que éste no tenga que acudir en persona a la Cámara para ser nombrado presidente. Si el fugado no logra ser investido, nada hace indicar que su sustituto vaya a ser menos obtuso y peligroso. Elsa Artadi o Eduard Pujol, el exdirector de la radio del conde de Godó, están en la recámara dispuestos a convertir a Puigdemont, por comparación, en un tipo sensato.

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