La idea de un cambio climático mundial (ahora dicen "global") resulta muy atractiva y dramática, pero resulta poco operativa. Cierto es que desde hace varios siglos el planeta Tierra se está calentando lentamente, pero hay variaciones regionales muy notables y a menudo erráticas. Desde luego, el calentamiento de la Tierra no se debe a la acción de la industria, puesto que empezó a producirse antes de que se levantaran las fábricas. Por otra parte, se trata de un proceso lento.
Es más práctico fijarse en los cambios atmosféricos que afectan a una región, por ejemplo, la que corresponde a la Península Ibérica. Por cierto, no estaría mal que los mapas del tiempo que se dan en España nos acostumbraran a contemplar también lo que acontece en el territorio portugués. Los meteoros no distinguen las fronteras. La raya con Portugal no deja de ser una convención, que, además, hoy apenas tiene vigencia administrativa. Los portugueses temen los malos vientos que proceden de Castilla, mientras que los castellanos percibimos con alivio las borrascas que entran por el sur de Portugal, llevadas por los vientos ábregos. Son especialmente benéficos en lluvias. Los comentarios de la Agencia Estatal de Meteorología se extasían con los sucesos del cierzo y la tramuntana, pero apenas se fijan en el viento ábrego. Ya Séneca, hace dos mil años, se fijó en la importancia que para la vida humana tenían los vientos.
El verdadero cambio climático que afecta a la Península Ibérica durante los últimos lustros es que llueve una cantidad apreciable en el norte, mientras que la sequía se extiende por el sur. Con este dato en la mano, sería bueno volver a plantear el proyecto de Lorenzo Pardo en los años de la República. Por razones obvias no pudo llevarse a cabo entonces, y en parte fue rescatado en tiempos de Franco: el famoso trasvase Tajo-Segura. Hoy ya no sirve. Habría que trasvasar agua de la cuenca del Ebro a la del Tajo y de la cuenca cantábrica al Ebro y al Duero. Es decir, se impone una red ibérica de acueductos. Nadie habla de ello. Ese es un problema real que afecta a la supervivencia colectiva de los españoles (y portugueses, claro), y no las tonterías que a veces entretienen a los políticos. Por ejemplo, si los niños tienen el derecho de elegir el sexo, incluido el "binario".
Se me dirá que un plan así parece inviable, pero la naturaleza sigue distribuyendo mal el agua que cae en el norte y en el sur. Para transportar gas y petróleo se construyen gigantescas obras que llevan los preciosos hidrocarburos desde Siberia o desde Argelia a los centros industriales del Occidente europeo. No chocará entonces que se puedan proyectar construcciones semejantes para llevar el agua de una cuenca a otra dentro de la Península Ibérica. La comparación no debe extrañar mucho. En una gasolinera, una botella de agua mineral vale más que esa misma botella llena de gasolina. Hay que empezar a considerar el agua como un producto escaso y valioso. La más barata es la que cae del cielo. Por cierto, qué poco sirve la lluvia caída en el mar. Poco habrá adelantado la ciencia, mientras no llueva cuando y donde se desee.
Está la alternativa de la desalación del agua del mar. En su día se pusieron grandes esperanzas en esa solución, que tenía un aire progresista. Pero presenta un grave problema de residuos y además insume grandes cantidades de energía. Hoy por hoy, la desalación del agua marina solo sirve para las islas o los grandes buques, por ejemplo, portaaviones.
El mapa del tiempo es uno de los programas con más audiencia de la tele. No estaría mal que, cuando se equivocan en las previsiones (cosa bastante frecuente), los presentadores pidieran perdón. Ya sabemos que la meteorología no puede medirlo todo, dado el comportamiento un tanto errático de ciertos fenómenos atmosféricos. Esperemos que con el lanzamiento del nuevo satélite espía se puedan colmar las necesidades de la previsión del tiempo atmosférico. Más que prever, hay que explicar, y luego dominar la naturaleza. No otra cosa es la civilización.