El Gobierno de Rajoy, desalojado fulminantemente del poder, se apoyó, en su debilidad, en el PNV, un partido separatista que le cobró carísimo su respaldo. No solo le sacó cientos de millones, sino que le hizo claudicar de sus supuestos principios morales y aceptar que fuese ese partido el que decidiera de qué manera había que hacer un hueco a ETA en la política vasca.
Como el gobierno defenestrado sabía que eso no gustaba a sus votantes decidió mentir con descaro para ocultar sus cesiones, aunque es muy difícil no ver la dejación y la laxitud con que ha actuado en todo lo que rodea al indigno final del terrorismo que estamos viviendo.
Finalmente, tras cruentas negociaciones en la sombra, los presupuestos fueron aprobados. Para neutralizar cualquier asomo de sospecha acerca de la venta fraudulenta, nos contaron que la máxima exigencia del PNV había sido la subida de las pensiones, algo muy acorde con su trayectoria de partido comprometido socialmente con las necesidades de los españoles. Y nadie cuestionó semejante maniobra de distracción.
Ocurre que, mientras el PNV hablaba con el Gobierno para sacar una enorme tajada de su voto afirmativo a los presupuestos, ya llevaba meses de negociación con el renacido secretario general del PSOE, quien se mostraba dispuesto a reconocer "la identidad nacional vasca" en un nuevo Estatuto de Autonomía -repetición de lo que está ocurriendo en Cataluña- y por supuesto a ceder la competencia de prisiones para sacar de la cárcel a los pocos terroristas que quedan ya cumpliendo condena.
Una vez más, el PNV jugando a dos bandas ha traicionado a todos menos a sí mismo, ha logrado fortalecer su proyecto separatista y nos mira con sorna, consciente de que son nuestros errores los que le permiten avanzar en su objetivo de ruptura de la Nación.
Y es que la contumaz costumbre de apoyarse en los partidos separatistas para retener o alcanzar el poder con la excusa de que contribuyen a la gobernabilidad de España, es la que nos ha traído hasta aquí. El empeño en aceptar los chantajes de los separatistas de todo pelaje, aun sabiendo de su intrínseca deslealtad, es lo que ha hecho posible que España vaya a ser gobernada con el auspicio de los que la quieren destruir y de que estemos poniendo en alto riesgo nuestra propia existencia.
No todo vale para mantenerse en el poder, ni todo vale para echar a un presidente. Los separatistas -todos- son enemigos de España. Lo sabemos bien. Pero mientras quienes gobiernan o quienes quieren gobernar estén dispuestos a cerrar los ojos y a pagar a traidores, seguiremos estando en sus manos. Hasta que consigan que desaparezcamos.