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Aznar tiene razón

Esa desarticulación del centro-derecha de la que habla Aznar empezó en el Congreso del PP de Valencia de 2008, tras perder Rajoy sus segundas elecciones contra Zapatero.

Esa desarticulación del centro-derecha de la que habla Aznar empezó en el Congreso del PP de Valencia de 2008, tras perder Rajoy sus segundas elecciones contra Zapatero.
José María Aznar | EFE

José María Aznar, presidente del Gobierno durante ocho años y del PP durante casi catorce, dijo textualmente hace unos días: "El centro-derecha ha sido desarticulado. Lo que estaba unido, ahora está dividido y parece que enfrentado"; añadiendo una cosa obvia derivada de su afirmación anterior: "Hay que reconstruir el centro-derecha nacional".

A Aznar le han llovido críticas desde todos los lados por haber dicho eso y haberlo hecho el mismo día en que Rajoy anunció, ante el Comité Ejecutivo de su partido, que abandonaba la Presidencia del PP, tras prosperar la moción de censura presentada por Pedro Sánchez que le desalojó del Gobierno. Puede ser que no fuera el mejor día para decir eso, pero no deja de ser una cuestión formal, de oportunidad, si se quiere. Lo importante en sí es el fondo: ¿tiene o no razón Aznar en su análisis?

El síntoma más claro de que el expresidente acertó es que Rajoy no tardó ni veinticuatro horas en salir a decir, en una entrevista radiofónica, que no había que reconstruir nada en el centro-derecha, porque ese espacio lo representaba el PP. Es decir, que quien es el responsable máximo de haber laminado durante los últimos quince años, y más específicamente durante los siete que ha estado en la Moncloa, el proyecto político e ideológico que abanderó el PP se niega en redondo en la hora de su adiós a admitir el delicado estado en que deja a ese partido, y por tanto a asumir la más mínima responsabilidad en ello.

Esa desarticulación del centro-derecha de la que habla Aznar empezó en el Congreso del PP de Valencia de 2008, tras perder Rajoy sus segundas elecciones contra Zapatero. ¿No se acuerda Rajoy de la marcha de María San Gil a su casa por el tono que Soria, Lasalle y Sánchez Camacho dieron a la ponencia política en lo referido a los nacionalismos? ¿No se acuerda Rajoy del "¡Arriba España!" que quien posteriormente fue su ministro de Industria le mandó en un sms a la valerosa dirigente de los populares vascos? ¿No se acuerda Rajoy de la baja como militante del PP de José Antonio Ortega, que se produjo en aquel entonces? ¿No se acuerda Rajoy de cuando, en un mitin en Elche, animó a irse del partido a los liberales y a los conservadores? ¿No es consciente Rajoy de la desazón que ha producido en muchas víctimas del terrorismo su política, su falta de política más bien, en la lucha contra ETA?

Claro que el centro-derecha necesita una reconstrucción, que tiene que ir más allá de siglas concretas y de personas que lideran o puedan liderar a los partidos que se sitúan en ese espectro ideológico. Esa fue la gran tarea que llevó a cabo Aznar en 1990 en el Congreso de Sevilla. Y eso fue lo que permitió al PP llegar al poder seis años después.

Si el PP cree que con un simple cambio de caras en su próximo congreso extraordinario tiene asegurada una remontada electoral, incluso volver a recuperar el poder en un plazo de tiempo corto, es que no ha entendido nada de lo que ha pasado y está pasando en España. No ha entendido que hay un proceso desintegrador, de ruptura nacional, que en su momento estuvo liderado por ETA y que ahora comandan las fuerzas separatistas de Cataluña. Un proceso que está también vivo en Baleares, Comunidad Valenciana, Navarra y País Vasco. Véase en esta última comunidad la cadena humana por el derecho a decidir de este domingo, con la presencia de los máximos responsables del PNV, ese partido del que el PP y sus dirigentes llegaron a decir hace poco que tenía sentido de Estado.

Por eso tiene razón Aznar: hace falta una reconstrucción de un centro-derecha nacional que tenga la suficiente fortaleza ideológica y política para hacer frente a ese desafío desintegrador de los independentistas ayudados por Podemos, al que el PSOE de Sánchez, con 84 diputados, no parece que pueda y a lo mejor ni quiere plantar cara.

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