
Presunto asesinato brutal cometido por una mujer de 45 años en un parking de la playa de la Albufereta de Alicante. Se trata de una coleccionista de bodas, que al parecer se ha casado cuatro veces y que aunque utiliza una silla de ruedas fue sorprendida de pie sujetando a su marido mientras otro hombre lo apuñalaba con un punzón. ¿Estamos ante una de esas poderosas viudas negras de picadura mortal? Parece que hay pocas dudas al respecto.
La víctima, de 69 años, había celebrado nupcias con ella solo quince días antes. Poco le duró la luna de miel. Entre lo más extraño del caso está que, aunque su unión era tan reciente, no vivían juntos. Ni siquiera en el mismo municipio. Ella le había citado para cenar la noche del crimen. Quedaron justo en el lugar del mismo. Hasta allí la mujer llegó con un supuesto cuidador, de 58 años, sospechoso ahora de haber apuñalado a la víctima yque era un camionero de Santander con residencia en Santa Pola.
El presunto asesinato fue descubierto mientras se perpetraba por una agente de la policía científica que paseaba por el acantilado que hay en el lugar. Desde lo alto vio a la señora de la silla de ruedas y a su acompañante ensañarse con el pobre hombre, que presentaba golpes de punzón en pecho y cuello, por donde sangraba abundantemente. La policía avisó al 091, que se presentó rápidamente, y ella misma llegó al lugar forcejeando con el agresor, aunque no pudo salvar la vida al apuñalado, que yacía en el suelo.
Lo que se investiga ahora es el móvil de tan brutal muerte, y también las razones de la afición por el matrimonio que tiene la presunta. El primer hallazgo es que al menos otro de los infortunados maridos también murió de forma violenta. De modo que podría haber más reproche penal del que se suponía. Pero, sea como fuere, esta señora, que propone una cita romántica a su pareja junto a la idílica Albufereta y se presenta con guantes en pleno agosto, para no dejar huellas, acompañada por un misterioso ayudante, podría ser igualmente una mujer que finge estar condenada a una silla de ruedas para conseguir una compensación económica, pero de la que se levanta cuando quiere, especialmente si tiene que hacer la tenaza, con dureza de corazón, a un hombre enamorado, al que su cooperador necesario perfora reiteradas veces.
Supuestamente, estamos ante uno de esos crímenes presidido por la perfidia, en el que destaca un plan simple pero elaborado que podría haber acabado con el trasladado de los despojos en el vehículo del que tenían abierto el portón trasero. Es algo tan claro como preparar a la vez el vestido de boda, el velo, las flores, la mortaja y el entierro. Observar al mirlo blanco con ojos de cordero degollado y calcular el precio del ataúd.
El móvil económico suele ser el propio de estos matrimonios relámpago que acaban con el marido envenenado, muerto de una enfermedad sin nombre, víctima de un accidente inexplicable, estrangulado en un robo callejero, apuñalado en la extraña riña de un bar o atropellado al cruzar la calle por un coche que se da a la fuga.
El asesinado no se sabe si disponía de dinero para ser objeto del drama, porque hasta ahora se cree que era simplemente un jubilado, pero la investigación acaba de empezar, y el rastreo subsiguiente de la vida y milagros de la dama dirá si hay un apetecible seguro de vida u otro estimulante, porque lo que sí está claro es que la doña no se casó por amor ni para cuidar al difunto, que debía de estar en admirable estado para estas aventuras con una esposa que se ha visto cuatro veces matrimoniada y que esta vez no irá al funeral.
