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Cristina Losada

El auto del referéndum

Al exculpar al nacionalismo de su deriva rupturista los socialistas se colocan en ese punto falsamente equidistante que les gusta asumir ante los problemas causados por el nacionalismo y evitan enfrentarse a él.

Al exculpar al nacionalismo de su deriva rupturista los socialistas se colocan en ese punto falsamente equidistante que les gusta asumir ante los problemas causados por el nacionalismo y evitan enfrentarse a él.
Pedro Sánchez y Quim Torra | EFE

Es una lástima que el presidente Pedro Sánchez no se escuche a sí mismo. No lo hizo en la entrevista de apertura del curso político de la que se ha hecho eco toda la prensa. Dijo al principio, cuando pidió "un ejercicio de autocrítica" al independentismo catalán y habló del referéndum ilegal del 1 de octubre, que "la democracia no es solamente meter una papeleta en una urna". En eso tenía mucha razón. Sin embargo, lo que propuso después para resolver la crisis catalana fue "un referéndum por el autogobierno, no por la autodeterminación", cuya necesidad sustentó en que Cataluña "tiene un estatuto que no votó".

La autonomía de Cataluña, como sabe el presidente del Gobierno, se rige por el Estatuto que se ratificó en referéndum con las modificaciones –pocas y en su mayoría interpretativas– que introdujo el Tribunal Constitucional porque el texto tenía aspectos incompatibles con la Constitución. No hay nada antidemocrático en que el estatuto catalán se ajustara, vía sentencia del TC, al marco constitucional. Lo antidemocrático sería que las leyes aprobadas fueran inconstitucionales. Al sugerir que el estatuto carece de legitimidad democrática porque el TC no dio el visto bueno a todo el articulado del texto ratificado en referéndum, el presidente reduce la democracia a la papeleta en la urna. Y, de paso, tira piedras contra su propio tejado: su Gobierno no viene de las urnas; viene de una moción de censura.

Estamos en el eterno retorno del Estatuto, que es el retorno del error. El error fue lanzar aquel proyecto de estatuto, como hicieron al alimón Zapatero y Maragall por motivos más oportunistas que otra cosa, que ahora ya no merecen ni reseñarse. Se diría que predicando el retorno al Estatuto los socialistas quieren demostrar que no se equivocaron. Porque la explicación ingenua tiene poca verosimilitud. ¿Quién puede creer a día de hoy que los separatistas van a contentarse con la zanahoria de recuperar el Estatuto? ¿Cómo se puede pensar que abrir otra vez aquel melón estatutario va a aunar en consenso y concordia tanto a los separatistas como a los constitucionalistas de Cataluña?

La cuestión más interesante de este eterno retorno del Estatuto no es el Estatuto, sino el retorno. Es decir, la persistencia del mito de que el momento en que se jodió el Perú en Cataluña fue la sentencia del TC y que todo se arregla deshaciendo aquella obra de ingeniería y aprobando un estatuto inconstitucional. Esta persistencia la analizó David Mejía en un artículo notable, donde decía que el mito cumple una función política: corresponsabilizar al Estado, y al Partido Popular, que presentó el recurso al TC, de la radicalización del nacionalismo catalán. Al exculpar al nacionalismo de su deriva rupturista, señalando a otros como tanto o más culpables de haberla provocado, los socialistas se colocan en esa posición falsamente equidistante que les gusta asumir ante los problemas causados por el nacionalismo y evitan enfrentarse a él. Que es de lo que se trata.

Desde el principio el Gobierno Sánchez ha optado por la magia de las palabras como remedio a la rebelión separatista en Cataluña. Ahí sigue, en la magia potagia. En su entrevista, el presidente empleó deliberadamente el término referéndum y luego hizo el juego de palabras: no autodeterminación, sí autogobierno. El caso era poner en el horizonte un referéndum y un auto. Estos pequeños juegos malabares puede que funcionen para dar titulares, pero sólo sirven para confundir. Y para dar la impresión de que el Gobierno está dispuesto a saltarse la Constitución con tal de apaciguar al separatismo.

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